El eco del faro

Freddy Espinoza

 

 

El reloj marcaba las 9:33 p.m. cuando Luis decidió salir de su casa, aquella noche cuando apenas a lo lejos se podía ver parpadear un faro que alumbraba la calle. El frío se hacía sentir, los perros aullaban en señal de querer decir algo.

—Carajo —murmuró Luis, mientras se ponía su chaqueta y cerraba la puerta con cautela.

No era una noche igual a las anteriores, mucho menos para andar por ahí, pero algo dentro de él lo motivaba a salir. No sabía si era ansiedad, miedo o simplemente aquella inquietud de buscar algo desconocido. Llevaba muchas noches escuchando susurros en los muros, sombras deslizándose por los rincones de aquella casa, y esa anoche había prometido encontrar a alguien —o algo— parado frente al faro, observando.

El faro no estaba en la costa. Era una vieja estructura metálica que usaban como poste de luz en medio de la calle abandonada desde hacía ya muchos años. Nadie sabía el por qué aún parpadeaba en la noche. Decían que lo hacía solo cuando alguien estaba a punto de morir o algún desastre estaba por ocurrir, en el muelle se escuchaban tantas historias con respecto al faro.

Luis caminó a un paso lento, con cautela , como si el viento helado quisiera aferrarse a su cuerpo y detenerlo, como si al tal presentía algo . Cada paso era un recuerdo que volvía, como si al tal era un cassette que se repetía: la muerte de su hermano que aún es un misterio, las desapariciones en el vecindario, el diario que había encontrado en el altillo.

Al llegar al faro, la luz dejó de parpadear. Quedó fija, apuntando hacia una casucha al fondo de la calle, una que todos evitaban a la cual le tenían miedo, que con solo pasar se les erizaba la piel. Luis tragó saliva y quiso respirar profundo, pero la pesadez del aire se lo impidió. Sintió que el tiempo se detenía. Caminó a paso lento hacia la puerta, la empujó lentamente, y un chirrido seco rompió el silencio.

Dentro, el olor a humedad era insoportable, las ratas corrían de un lado a otro y las telas de arañas eran como cortinas. Una mesa cubierta de polvo, una silla meciéndose sola, y en el suelo... el mismo diario que había perdido. Lo abrió. No era su letra. Era la de su hermano. Y en la última página, con tinta aún fresca, leyó:

“Si estás leyendo esto, Luis... corre. El faro no guía, llama.”

Una risa en forma de burla llenó la habitación. Luis giró rápido. La puerta ya no estaba.

La puerta había desaparecido. Donde antes había una salida, ahora solo había pared. Luis retrocedió instintivamente, tropezando con la silla que seguía meciéndose sola, como si alguien invisible aún estuviera sentado allí.

El diario cayó de sus manos, pero seguía abierto, y las palabras comenzaron a moverse en las páginas, como si una mano invisible las estuviera escribiendo en tiempo real. Una nueva frase apareció, letra por letra:

“Mira detrás de ti.”

Luis sintió que se le congelaba la sangre, como si al tal eran gillette las que corrían por sus venas . El aire se volvió más denso, como si respirara agua. Giró lentamente, y ahí estaba.

Una silueta de una persona alta, cubierta con un abrigo raído, sin rostro, apenas una sombra con ojos brillantes que parecían encenderse como brasas. Luis quiso gritar, pero su voz se quedó atrapada en la garganta. La silueta levantó un brazo y señaló hacia el faro, que ahora se veía desde una ventana rota. La luz ya no parpadeaba: giraba, como un faro real, y cada vez que lo hacía, iluminaba una silueta distinta congelada en mitad de la calle.

—¡No puede ser...! —susurró Luis.

Entonces recordó lo que su hermano solía decir de niños: “El faro no guía, llama. Y lo que llama, viene por lo que se llevó.”

Luis entendió. Aquello no buscaba simplemente asustarlo. Lo estaba reclamando. A él.

La silueta sin rostro dio un paso hacia adelante, y con él, el piso tembló. La casa comenzó a crujir, como si al tal fuese a colapsar sobre sí misma. Luis retrocedió hasta chocar con la pared. Cerró los ojos con fuerza, deseando estar en su casa, en su cama, que todo fuera un sueño.

Y entonces... el silencio.

Cuando abrió los ojos, estaba otra vez frente a su casa. El faro había desaparecido. Ni rastro de la calle, ni la casucha, ni la figura. Pero algo había cambiado.

El reloj aún marcaba las 9:33 p.m.

Y en su mano, en su mano…. el diario 

Solo que ahora, en la contraportada, había escrito algo más, con su propia letra que decía:

“Fui llamado. No escapé. Si lees esto... no salgas cuando el faro parpadee.”

Luis se quedó parado frente a su puerta, con el diario en la mano, el corazón martillándole el pecho, como si al tal se le iba a salir. Todo parecía igual, pero algo era distinto. El silencio era demasiado perfecto que se podía escuchar caer hasta un alfiler , como si el mundo estuviera conteniendo la respiración.

Entró a su casa con pasos cautelosos. Todo estaba en su lugar: el perchero, la alfombra, la lámpara encendida. Todo estaba en su lugar.

Fue a la cocina, abrió el grifo. Nada. Ni una gota.

Abrió la nevera. Vacía.

Se acercó al espejo del pasillo. Su reflejo no lo imitaba. Lo observaba y sonreía.

Luis dio un paso atrás, aterrado. Su reflejo levantó el brazo y escribió en el vidrio empañado con un dedo invisible:

“No volviste. Solo crees que lo hiciste.”

Luis cayó de rodillas. El diario se deslizó de sus manos y se abrió solo, como empujado por una voluntad ajena. Las páginas estaban en blanco… todas, excepto la última, donde se leía:

“Él ya no está. Solo queda el eco.”

Desde entonces, Luis permanece allí, atrapado en una versión perfecta de su casa, reviviendo la misma noche, una y otra vez. Afuera, el faro sigue parpadeando, llamando a otros.

Y si alguna noche lo ves desde tu ventana, recuerda esto:

No es una luz. Es

una advertencia.

_FreddyEspinoza

  • Autor: F.Espinoza (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 2 de julio de 2025 a las 00:55
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 5
  • Usuarios favoritos de este poema: MISHA lg
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Comentarios +

Comentarios1

  • MISHA lg

    muy buen cuento poeta gracias por compartir

    La luz ya no parpadeaba: giraba, como un faro real, y cada vez que lo hacía, iluminaba una silueta distinta congelada en mitad de la calle.
    —¡No puede ser...! —susurró Luis.
    Entonces recordó lo que su hermano solía decir de niños: “El faro no guía, llama. Y lo que llama, viene por lo que se llevó.”
    Luis entendió. Aquello no buscaba simplemente asustarlo. Lo estaba reclamando. A él.
    La silueta sin rostro dio un paso hacia adelante, y con él, el piso tembló. La casa comenzó a crujir, como si al tal fuese a colapsar sobre sí misma. Luis retrocedió hasta chocar con la pared. Cerró los ojos con fuerza, deseando estar en su casa, en su cama, que todo fuera un sueño.

    besos besos
    MISHA
    lg



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