Doña Juana y su agua de calzón

Doña Juana y su agua de calzón

No soy musa de sus rezos
ni promesa de domingos;
yo no beso por costumbre,
yo desgasto… sin suplicios.

Dicen que tengo un veneno
que se adhiere al cuello tibio,
y que al probarme los hombres
olvidan hasta sus hijos.

No me escudo en los halagos
ni en el “te amo” repetido;
mi silencio abre sus venas
mejor que un verso dolido.

Yo no ruego —yo convoco—
con la lengua, con el vino,
y al varón que se me cruza
lo derrito… sin cuchillo.

Soy hechizo sin palabras,
la ratonera en suspiros,
y no hay macho que resista
la caricia de un abismo.

Me han pedido que lo explique,
que revele el artificio…
pero el arte de las brujas
no se enseña por capricho.

Cuando paso, el viento gime
y la sombra cobra brillo;
las ventanas se entreabren
como cuerpos sin abrigo.

No los cazo… se me entregan,
yo no llamo… se han rendido.
Y si alguno no se postra,
me divierto en el olvido.

Dicen: “esa mujer marca
como un látigo invisible”.
Yo sonrío entre la niebla:
soy temible… y soy visible.

Y si su hombre regresa
suspirando sin sentido…
fue que cayó sin remedio
en mi agua de calzón furtivo.