Recuerdo que dolía.

Recuerdo que dolía,
mirarla me dolía,
esperarla me dolía.
Pensar en lo que pudimos ser me dolía,
y anoche, anoche volví a soñarla,
y dejó de doler.

Ya no siento,
ya no duele.
Mi herida ya no está,
ya no estoy sangrando.
Mi corazón ya no se cae en pedazos,
ya no me tiemblan las manos al escribir sobre ella.
Ya no lagrimean mis ojos al recordar su carita,
ya no me da ansia no escribirle.
Ya no siento que mi corazón busca salir de mi pecho cuando la veo,
ya no le cuento a mis amigos sobre ella,
ya no le suplico desesperadamente que se quede.

Y todo esto...
todo esto es porque sus recuerdos ya no me duelen.
Pero ahora son parte intrínseca de mí.

Mirarla me quema,
esperarla me desgarra los huesos,
pensarla me arde,
soñarla me hierve.

Y dejó de doler,
porque el dolor ya es poco para lo que mi pobre ser siente.
Ya no siento, porque sentí tan intensamente que parte de mí se ha roto.
Mi herida ya no está,
porque ahora la herida soy yo,
la personificación del dolor.

Ya no estoy sangrando,
porque mi cuerpo se ha desangrado.
Mi corazón ya no se cae en pedazos,
pues todo se lo di.
Ya no me tiemblan las manos,
me tiembla todo el cuerpo.
Ya no lagrimean mis ojos,
lloran desesperadamente esperando que vuelva.

Y la ansiedad...
la ansiedad ha escalado a un parásito que devora los anhelos afligidos
de un corazón que,
agonizante y vacío,
aún la espera.