Mientras todo está perdido: Está el arte de caer fingiendo caminar

Milber Fuentes

 

No existe descanso
para quien ha sido arrojado al mundo,
cayendo sin fin.

A veces en picada:
el aire corta la piel,
la carne se desprende
directo del hueso.

Otras veces,
la caída es suave,
una calma apacible
que roza la mentira.

Todo ocurre
en un ciclo eterno.

Las heridas nunca sanan.
Forman costras duras,
quebradizas.
Pero siguen vivas ahí dentro,
palpitando.

En esta realidad,
el tiempo solo sirve
para ver degradarse los cuerpos,
siempre en dirección al abismo.

Tocar fondo
es un delirio.

Los sueños:
reminiscencias rotas,
relámpagos del pasado
que cruzan la nada
sin dejar rastro.

No hay futuro.
Solo destellos mínimos
que confirman que existes
por breves estremecimientos.

Poco importa.
Nada es necesario.

Erguirse ante la realidad
es un gesto perturbador
cuando solo quedan cuerpos
que lo han soportado todo
y conservan apenas heridas
desangrándose al unísono,
espacios vacíos
donde alguna vez hubo carne.

Cuerpos así
cuestionan la gravedad.
Dan zancadas sin suelo,
solo para fingir
que el descenso no los traga.

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