Dulce Condena

🕊 Dulce Condena 

Bendito el paso aquel que, sin notarlo,
tocó su sombra el sol de mi desvelo,
y el aire que envolvió su piel de cielo
como un suspiro eterno al invocarlo.

Bendito el gesto, el labio, y ese manto
que oculta su mirar, mi herejía ardiente,
y el cielo que al guardar su forma ausente
dejó en la luz la silueta de su encanto.

Bendito su rumor en mi plegaria,
mi gozo excomulgado, mi condena,
pues vive más que yo, dentro del daño.

Y bendita la herida necesaria,
pues sangra su presencia que me envenena,
mas muero dulcemente… y con engaño.

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Fui devorado por ella

Salí cuando la culpa ya no pesaba,
con los labios partidos de rezar mentiras,
sin más fe que el hambre.
Ella me olía desde lejos.
Sabía que la noche me pertenecía… o yo a ella.

Descendí por pasillos de yeso y moho,
a tientas,
con la vergüenza enrollada en el cinturón.
Nadie me siguió.
Ni Dios. Ni el eco de mi madre rezando.

Ella me esperaba
como se espera al condenado: con calma.
No preguntó si venía a amarla,
me sentó en su regazo
y clavó las uñas en mis dudas.

Su voz era terciopelo podrido,
su aliento, incienso mezclado con sangre.
Me llamó por mi nombre —el verdadero—
y lo sopló entre mis costillas
hasta que olvidé cómo se llora.

Me desnudó como se abre un altar profanado,
con ceremonia y desprecio.
Me ofrecí.
No porque quisiera…
sino porque ya no era mío.

¡Oh infierno bendito entre sus piernas!
¡Oh reina sin trono que reina por mordida!
Ella me ungió con sudor y blasfemias,
y en cada gemido
renegué del cielo que no me escuchaba.

Cuando terminó,
yo era suyo.
No quedaba carne sin marcar,
ni un pensamiento que no llevara su perfume.
Y caí rendido,
murmurando oraciones en su idioma.