"Como se queda el humo"

Yo también fui nombre en su boca,

pero no altar.

Ni promesa.

Fui cuerpo.

Como se es sombra en la pared: visible,

pero sin peso.

Él llegaba con la voz templada,

sabiendo abrir la puerta sin tocarla,

mirándome como quien ya conoce el sitio donde va a herir.

Y aún así yo abría —el alma, la carne, el pulso—

como se abren los brazos en la caída.

Parecía cuidarme.

Me miraba con los ojos del que sabe envolver,

pero no guardar.

Estaba. Sí.

Pero nunca fue.

No preguntaba por mí.

Me rodeaba.

Yo le hablaba desde el fondo —

él me oía desde la orilla.

Nunca me pensó junto a su mañana,

ni a la mesa,

ni en la fotografía familiar.

Yo era un paréntesis

en la oración que sí quería pronunciar.

Y sin embargo,

me quedé.

Como se queda el humo

en una casa que ya ardió.

No lo busco.

Ya no lo nombro.

Pero vive aquí —

en esta costumbre de recordarlo sin querer.

No lo deseo. Ya no.

Es otro el peso que me doblega:

la memoria de lo que nunca existió

pero insistía como si respirara.

Porque él no me amó.

Lo supe. Lo sé.

Nunca fui posibilidad.

Fui distracción.

Un respiro.

Un cuerpo donde dejó la noche

antes de volver al día que sí soñaba.

Y aún así,

algo en mí no se desprende.

No lo llamo.

No lo espero.

Pero hay un silencio que lleva su forma,

un hueco que aún recuerda el lenguaje

de sus manos.

He aprendido a nombrar esto:

no como amor,

sino como repetición.

Como sombra.

Como acto reflejo.

Y sé, por fin,

que nada vivo puede nacer

de quien solo viene a dejar su hambre.

Yasuara Melgara