Retorno Al Hueco

Retorno al Hueco

I
En el principio fue el hueco:
ni verbo,
ni luz,
ni herida.
Sólo el temblor
de algo a punto de ser negado
por su propia semilla.
Un útero sin dioses,
un Big Bang que se arrepiente.

II
Y el hueco soñó con un rostro,
y el rostro sangró una palabra,
y la palabra cayó en sí misma
como un pájaro
que no desea el cielo,
sino su sombra rota en la jaula.
Una paloma sin arca,
sin diluvio que salvar.

III
Nació entonces un dios,
pero sin altar ni historia.
Un dios sin testigos,
sin geometría,
sin cuerpo,
hecho de la nostalgia
de algo que nunca ha existido:
el eco de un Edén que no fue sembrado.

IV
Ese dios murmuró en la garganta del mármol:
“Yo soy el que duda en voz baja
cuando rezas”.
Y el eco,
como una víscera cóncava,
regresó a su fuente
hecho espejo.
No hubo zarza,
ni monte,
ni tabla.

V
El mármol goteó recuerdos
de iglesias que aún no se construyen.
Las cruces se doblaron
como ramas secas
que jamás conocieron
el tacto del relámpago.
Ni Moisés bajó,
ni las lenguas de fuego ardieron.

VI
Y todo lo dicho antes,
vuelve:
el hueco,
el rostro,
el dios que retrocede,
la palabra en fuga,
el eco como útero del mundo.
Pero ya no son los mismos.
Ya no son promesa.
Ahora son ruina sagrada,
vestigios de un incendio
que aún no ha ocurrido,
como la Biblia de un profeta sin idioma.

VII
En el final —que es centro—
el poema se cierra
como un ojo que entendió su ceguera.
Y el lector,
si se atreve,
queda dentro del espiral
que lo escribió,
como un Adán de papel
en un Génesis al revés.