Yo creí que me amaba, creí que el sol y la luna se adoraban.
Poco entendí que la luna era muy fría y el sol muy caliente.
Jamás comprendí la relación que había entre el agua y el aceite.
Yo creí que el día y la noche eran compañeras eternas.
Que la tarde esperaba a la noche para amarse sin barreras.
Sin embargo, la noche solo pasaba el tiempo para verse con la mañana.
Las cosas marchaban bien; esa cálida piel abrazaba en las madrugadas.
Hasta que cae el alba y todo se termina quedando con las manos vacías.
Creí que el cielo cobijaba a las estrellas pero ahí estaba el universo.
Es tan inmenso que tiene a las galaxias hasta al agujero negro.
Sin embargo, hay astros que están solos, vagando, buscando su lugar.
A veces hay tanta diferencia, aunque parezcan iguales, como el océano y el mar.
Cada quien busca su felicidad, ya sea estando con el bien o el mal.
La luz necesita a la oscuridad; se toman de la mano donde quiera que van.
Pero la sombra es más audaz, sabe prometer, sabe engañar.
La tormenta furiosa busca a la calma, pero la calma ama a la lluvia.
Y así tienen cada uno su amor escondido, su rumbo, su sentido.
No importa el esfuerzo, los sacrificios, todo queda en el olvido.
Siempre habrá quien tenga su secreto guardado, que goza de todo cariño.
El arroyo enamorado del río no sabe que el lago recibe todos los halagos.
Siempre habrá quien tenga su tormenta, su calma, su luz, su oscuridad o su sombra.
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Autor:
EMBAR (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 17 de junio de 2025 a las 07:51
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 9
- Usuarios favoritos de este poema: Antonio Pais, Mauro Enrique Lopez Z., EmilianoDR, alicia perez hernandez
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