Por cuestiones personales, estaré ausente durante un tiempo.
Sonidos
He sacado, una vez más, del baúl donde guardo mis tesoros, las grabaciones de su voz: esa que tantas veces me acompaña en el silencio. Siguen sin clasificar. No preciso ordenarlas. Cada una, por sí sola, representa un instante inolvidable.
Huellas y recuerdos indelebles en las orillas de mi conciencia. Sonidos de entonces. Como el agua que toma la forma de la vasija que la contiene, moldean mi memoria y limpian los caminos que necesito para dejar atrás las lagunas donde se ahogan mis sueños.
A besos fogosos, despiertas mis ansias,
y con caricias curiosas me vas alejando,
amante, lentamente, sin prisas ni pausas,
de una realidad que conviertes en sueño.
Las orillas de entonces —que jamás serán tan lejanas como un olvido— son hoy, por su voz de agua que calma mi sed de saber, un trayecto hacia lo que nunca alcanzamos, ni transitamos por completo. Pero me dicen los recuerdos que nada está perdido cuando el amor es la voz que ahuyenta el silencio.
Sus palabras, huellas infinitas, sutiles caricias,
profundas como aquellas miradas que hablan.
Como el beso prolongado que nunca se acaba,
surcos y rodadas en mis veredas hacia la nada.
Es noche cerrada. Cercana, gotea la madrugada, aliada de mi almohada. Sin pensar en encender la luz, a tientas abrí las ventanas: necesitaba el aire helado que apaciguara la fiebre que me hacía delirar.
Estaba dentro de un sueño, rodeado de aquellos versos que tanto alimentaron mis anhelos, y que se me fueron escapando sin poder hacer nada por retenerlos.
Hice un alto en mis quebrantos. Sentí su voz acercarse. Volví el rostro, y allí estaba el destino, barajando las cartas. No estaba solo. Ella, a su lado, me sonreía. Pero no pude distinguir qué estaba diciendo. Todo se desvaneció. Una vez más, el baúl vino en mi auxilio: se abrió y una voz me dijo que no estaba solo.
Más tarde, al caer la tarde, donde la realidad se confunde con la utopía de un soñar, el viento salvaje que bajó de las montañas heladas me golpeó el pecho y me dejó sin aliento. Había cortado el hilo rojo que me sostenía en las ramas del futuro. Fue entonces cuando caí deshecho, como marioneta sin dueño.
Aun así, esparcido en el asfalto, mis pensamientos se mantenían vivos gracias a las grabaciones que guardo en el pecho, mi más preciado tesoro. Las reproduzco cuando el silencio, en su devenir, es como ese viento salvaje que baja de las montañas nevadas.
En un arrebato de valentía —o de osadía— conseguí articular unas palabras, como queriendo retar al destino:
Si me dijeras que estás de acuerdo con todo lo que sueño, sospecharía que, en el fondo de tu hipotética “sinceridad”, hay algo de hipocresía.
El destino me miró sorprendido. Acto seguido, sacó dos cartas al azar de su baraja de los sueños. Se las tendió a quien estaba a su lado. Ella, sonriendo, me dijo:
Con versos fogosos despiertan mis ansias,
y con caricias curiosas me vas alejando,
amante, lentamente, sin prisas ni pausas,
de aquella realidad de montañas heladas.
Como huellas de rodadas y caricias,
como miradas doradas que te hablan.
Son los besos colgados que esperan
en las ramas de la cercana primavera.
No vi las cartas. Tampoco creí necesario hacerlo. No temí que su voz se desvaneciera, porque sabía que, en mi baúl de los recuerdos, nunca faltaban las grabaciones que me salvan de las montañas heladas.
Aun así, esperé. Necesitaba saber si todo era fruto de mis delirios. De pronto, se abrieron puertas y ventanas. El cuarto se iluminó. Y allí estaba ella, con su sonrisa de futuro y su voz de ensueño. Le pregunté por el destino. Y me dijo:
El destino somos nosotros. Juntos, un rumbo cierto. Separados, tan incierto como un olvido.
Luego de aquella verdad —realidad de un soñar— salí al patio. Llené la regadera con agua del pozo y me dispuse a regar las rosas. Ella, tras la ventana, sonreía. A su lado, alguien que me era familiar, me saludaba sugerente: una mano agitaba dos cartas, la otra descansaba, familiar, sobre su hombro.
Cuando terminé de regar, como buscando su aprobación, miré de nuevo a la ventana. Pero ya no estaban. El destino se la había llevado, quién sabe, a qué nuevos poemas.
Resignado, con la regadera vacía de vida y los ojos llenos de niebla salada, fui hasta el pozo. La deposité en el brocal y, antes de darme la vuelta, una voz me susurró fragmentos de un poema, con las rimas de ella:
Con besos fogosos, despiertan mis ansias,
y con caricias curiosas me van alejando,
amante, lentamente, sin prisas ni pausas,
de una realidad que conviertes en sueño.
-
Autor:
Antero (
Offline)
- Publicado: 15 de junio de 2025 a las 10:47
- Comentario del autor sobre el poema: Gracias, Poemas el Alma y a su generosa comunidad. Abrazos con mis mejores deseos.
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 1
Comentarios1
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.