Saturno no grita,
susurra con relojes rotos en los labios.
Tiene los ojos llenos de anillos,
pero abraza con frío.
No corre,
espera.
Mastica los segundos
como si cada uno fuera un pedazo de destino.
Te mira crecer
como quien siembra un árbol
solo para verlo caer en otoño.
El tiempo para él
es un plato caliente que nunca se enfría.
Devora recuerdos,
devora amores,
devora hijos que nunca entendieron el silencio
de un padre hecho universo.
Saturno no te olvida,
te archiva.
Y cuando volvés a mirarlo,
te das cuenta que creciste en su sombra.
No es maldad,
es ley:
todo lo que comienza, termina.
Todo lo que amás, cambia.
Todo lo que sos…
alguna vez será polvo de estrellas.
Y sin embargo,
su tristeza tiene belleza.
Porque en sus anillos
guardó los nombres que nadie recuerda,
y los sueños que jamás se atrevieron a nacer.
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.