Hay un cementerio en el que mi mente está,
Está todo el tiempo, sin parar un momento.
Ahí entré por la curiosidad de los pueblerinos.
(Al entrar usted ahí,
Las almas cantan sus lamentos,
Y buscan el consuelo de un vivo)
Lo cierto es que no me sorprendía del todo,
Los fantasmas han sido una creación,
De los arrepentidos y miedosos.
El dicho de un anciano solitario y triste,
Fue el que me dio la curiosidad y valor de ir ahí:
(En la colina del cementerio,
Los angelitos lloran,
Y son olvidados sin detenimiento)
Cierto es que me conmovió mucho,
Y esa misma tarde me vi en el cementerio,
Buscando un camino a la colina del mismo.
El gris de las tumbas y el marrón de la tierra,
Fueron los acompañantes de mi viaje.
Tantos nombres, tantas historias,
Ahora sepultadas, y posiblemente olvidadas.
Vivir es algo deprimente,
Si sabes que en algún momento tus familiares
Te olvidarán, y ellos también estarán contigo,
Por la eternidad, bajo la tierra.
El monte ya tenía un camino claro que seguiría,
Ya el cielo se teñía de azul, cada vez más oscuro,
Tuve que apurarme, el miedo me invadía,
A pesar de no creer en los fantasmas,
Debe ser algo incluido en el instinto animal,
Temerle a los muertos, y sus consecuencias.
Las supuestas tumbas no se veían,
Solo árboles, plantas muertas, y caminos,
Caminos viejos que ya no eran muy distinguibles
En la oscuridad.
Por ahí estuve buscando un rato, ya en la noche,
Sin mucho resultado.
Ese viejo me mintió, pensaba, y poco a poco,
El sueño me invadía, el miedo de se fue,
Y los helechos se hicieron muy cómodos,
Una cama de rey, en la que quise descansar,
Descansar un poco los ojos, y relajarme,
De todos modos, no había tumbas ahí ¿No?
Y me dormí, con nulas preocupaciones,
Una ataraxia frágil, durante la noche,
Que duró poco tiempo,
Provocado por un sueño,
Que parecía muy real, muy vivido.
En el mismo, me despertaba en el monte,
En una tarde muy nublada,
Tras los árboles, habían pequeñas cabezas,
Cabezas inquietas, nerviosas,
Con ojos de animal asustadizo.
Me observaban sin desviar mucho la mirada.
Quizás a alguien le parecería una pesadilla,
Pero yo estaba tranquilo,
Ni muy asustado ni muy feliz,
Algo raro en un sueño.
Solo los miraba algo extrañados,
Hasta que un niño se acercó tímidamente,
Con la cara asustada,
Y me señaló en el piso un lugar,
Cuando lo hizo, me desperté.
Era de madrugada, el alba se aproximaba.
Pensé en ese niño y me di cuenta de algo;
Estaba al lado de el lugar señalado,
Empecé a tantear el suelo, apenas se veía.
Entre las plantas frágiles y secas,
Noté una estructura de piedra rugosa,
Que formaba algo como un rectángulo,
Algo de piedra enterrado,
¡Ahí estaban los angelitos!
¡En ese mismo lugar descansaban!
Sus tumbas habían sido olvidadas por eso,
El paso del tiempo,
La naturaleza,
Y la humanidad.
En la despedida,
No supe mucho que hacer,
Recé un poco, quizás les daría algo de paz,
A los angelitos,
Que descansaban.
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Autor:
Nahuel. (
Offline)
- Publicado: 13 de junio de 2025 a las 23:59
- Categoría: Triste
- Lecturas: 2
- Usuarios favoritos de este poema: alicia perez hernandez
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