Cuerpo que se siembra Como si al final del deseo no hubiera muerte

Milber Fuentes

Amanecí con sed de tocar
y ser tocado.
El cuerpo pide su rito,
y yo siempre te elegí a ti.

Imagino tu piel como tierra fértil,
campo donde ya he sembrado
mil veces —
y regreso
con semilla nueva.

Labro sin nostalgia.
No hay ausencia que detenga
el deseo de volver a arar,
de hundirme otra vez
en tu geografía ardiente.

Ya es tiempo de cosecha.
Recojo los frutos de tus labios,
el trigo firme de tus pechos,
la fruta madura de tus caderas,
y después —
consumo la miel dorada
que reposa entre tus muslos abiertos.

No hay estación perdida,
ni páginas muertas:
todo lo vivido fermenta
y vuelve a arder
si el cuerpo se lo permite.

El día se curva hacia el gozo.
Dejo que el deseo respire,
que tu cuerpo
vuelva a ser altar y banquete.

Te siembro.
Te devoro.
Como si al final del deseo

no hubiera muerte. 

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