En un viejo bar se encontraba un hombre que pasaba los 40, la visita al lugar se había convertido en su ritual cada fin de semana, su mirada fría suponía un alma rota y su rostro exponía cicatrices, charlaba de derrotas sufridas lo largo de su vida. Se sentaba frente al piano, con el trago habitual en su mano, pero sl tocar solo habian notas vacías acompañadas de una una dolorosa melancolía.
"¡Perdedor, mejor cállate y busca algo útil que hacer!", le gritaban los clientes. Las burlas llovían, pero él no respondía. Solo bebía, más de algún cigarro encendía y hacía sonar la misma melodía.
Una noche, tres tipos lo enfrentaron, entre insultos y risas lo golpearon sin piedad, hasta dejarlo tirado. El cantinero, con el corazón encogido de pena, lo cargó como pudo y lo llevó a recuperarse. Allí, su hijo lo recibió con lágrimas en los ojos y una mezcla de rabia y desesperación. "Papá, ¿hasta cuándo? ¿Por qué te haces esto?" Pero el hombre no respondió.
Dos semanas después, contra toda lógica, regresó al bar. Su rostro, aún hinchado y con heridas frescas, reflejaba una tristeza insoportable. El cantinero lo miró incrédulo.
—¿No tuviste suficiente la última vez? — preguntó.
El hombre sostuvo la mirada y respondió con voz rasposa:
—Sirve un trago doble... lo de siempre.
—Estás mal —susurró el cantinero, negando con la cabeza, pero obedeció.
—Gracias —respondió él, dejando un billete en la barra—. Quédate con el cambio.
Se dirigió al piano, como siempre. Los murmullos llenaron el bar. "¿Qué hace aquí otra vez? Este hombre tiene un deseo de morir", se oía. Pero él no parecía escucharlos. Se echó un trago de su whisky, encendió un travieso cigarro y cerró los ojos.
Era una noche callada en el pueblo. Ni siquiera el canto de los grillos rompía el silencio. Entonces, las puertas del bar se abrieron, y un hombre elegante entró acompañado de una mujer hermosa. Su sonrisa iluminaba el lugar, y sus ojos brillaban con una calidez que el hombre frente al piano no había visto en años. Ella lo miró por un instante y algo en su expresión lo estremeció, como si en esos ojos hubiera encontrado una esperanza de aferrarse a la vida.
El piano comenzó a sonar con la misma melodía, triste y vacía. Pero entonces, algo cambió. Por primera vez, el hombre cantó. Su voz, rasposa y rota, llenó el bar con una lírica que hablaba directamente a las almas de los presentes:
"Estamos aquí, perdedores,
ya no hay marcha atrás.
Sírvanse un trago, señores,
y empecemos a cantar.
No hay tiempo para llorar,
solo nos queda amar.
Brindemos por lo que somos, perdedores
unidos hasta el final."
La voz del hombre rasgó la indiferencia de todos los presentes. Uno a uno, los clientes se unieron al coro, levantando sus copas y cantando con él. Incluso aquellos que lo habían despreciado encontraron consuelo en las palabras de la canción. Era un himno para los caídos, un grito de resistencia en medio del vacío.
Cuando terminó, se levantó del piano, dejó su trago vacío sobre la madera y caminó hacia la puerta. Nadie se atrevió a detenerlo. En sus ojos había una calma que nunca antes habían visto.
A la mañana siguiente, encontraron su cuerpo en el río, arrastrado por la corriente. Llevaba en la mano un papel empapado que decía:
"A ustedes, mis compañeros perdedores:
La vida me golpeó una y otra vez, pero nunca me venció. Anoche, por primera vez, no fui un perdedor. Gracias por hacerme sentir vivo. No lloren por mí; levanten sus copas y sigan cantando. Porque mientras haya música, mientras haya amor, jamás seremos derrotados."
Desde entonces, el bar cambió. Aquella canción se convirtió en un ritual, un homenaje a un hombre que se negó a rendirse, incluso cuando todo estaba perdido. Su nombre se desvaneció con el tiempo, pero su espíritu permaneció en cada nota que resonaba en aquel viejo piano.
-
Autor:
F.Espinoza (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 9 de junio de 2025 a las 13:13
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 9
- Usuarios favoritos de este poema: Mauro Enrique Lopez Z., MISHA lg
Comentarios1
triste final, de tu cuento poeta
gracias por compartir
La vida me golpeó una y otra vez, pero nunca me venció. Anoche, por primera vez, no fui un perdedor. Gracias por hacerme sentir vivo. No lloren por mí; levanten sus copas y sigan cantando. Porque mientras haya música, mientras haya amor, jamás seremos derrotados.”
besos besos
MISHA
lg
Hola, muchas gracias por tu comentario, significa mucho para mí.
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.