Los Tres perros Salvajes

Vancouver

Los tres perros salvajes

 

Hay tres perros salvajes dentro de mi cabeza.

Y salvaje no significa agresivo, y perro no significa mascota.

El primero me quiere activo dispuesto a comerme la comida y a mi si me descuido; dispuesto a cercarme el paso sino me muestro con la confianza suficiente de que no me hará daño cuando avance.

El primero me quiere atento, guardián ante cualquier peligro, soberano de mis emociones y pulcro en mis palabras.

El segundo es algo distinto, me quiere ágil, capaz de esquivar las piedras sin importar de donde vengan.

Este perro me quiere a ratos, con la desconfianza precisa, pues demasiada le impediría volver a jugar. Me quiere con la lengua afuera reclamando por agua, dice que es señal de que lo he dado todo no importa cuál fue el motivo.

El segundo me olfatea con desconfianza, sabe cuando anduve por lugares que no debo, me recuerda mi camino; me devuelve a la casa cuando estoy lejos. 

Los primeros dos me quieren a su manera, comprenden que aunque ellos son más chicos el que tiene que crecer soy yo. Me dejan ser, cuando rompo mis juguetes o cuando quiero morder mi cola aunque me lastime. 

El segundo más que el primero me acompaña cuando tengo que guardar mis cosas o cuando debo enterrar alguno de esos recuerdos que duelen. 

El primero es más seco, intenta guardar distancia, su naturaleza lo hace más precavido, sin embargo nunca me mordió, quizás el segundo alguna vez sí.

Del tercero no puedo decir mucho. Desconfío. Siento que muchas veces no lo conozco. Pues es el más viejo y el más salvaje, indomable, con la potencia de un huracán y la mandíbula de cemento. Me duele su inteligencia, educa mi porfía que se doblega y mueve la cola; no tengo chances contra él. Sé que cuando aparece hinco la rodilla y agacho la mirada, no es miedo ni temor, ni obediencia ni respeto. Es un trémulo encanto. Pues en el habitan la fuerza de un sismo y la calma del canto de la cigarra, en él habita la belleza del cisne y los callos duros del orfebre. El tercero vive en plenitud, lo ha alcanzado todo. Sin embargo, no se dispone a revelar ningún secreto, me deja que todo lo aprenda a la fuerza.

Es el que se para imponente sobre sus dos patas traseras imponiendo sus reglas cada noche para ver si lo enfrento en un duelo a muerte, esperando con demasiada sed de sangre, con barro en los pies. Dice que si muero dolerá y que si gano no aprenderé. Pero que pase lo que pase mañana será más intenso, que si le gano o que si pierdo regresará aún con más rabia.

Entonces cada noche me paro distinto, agarro el cuchillo del mismo charco donde lo deje ayer, me vendo las manos y me cubro la rodilla que sé que me querrá atacar, lo provoco le hago muecas que activan su rabia y su ira, le digo que esta vez no, se lo digo confiado como una pitonisa. Uso su fuerza y la mía en su contra y doblego a la bestia con la presteza y la velocidad de un rayo que impacta en la oscuridad. 

Y luego, cuando todo parece terminar, cuando el viento de las brujas sopla a mi favor y la hojarasca vuelve a arrastrar lo que el tiempo detuvo. Suelto el cuchillo y entrego mi cuello a la bestia que, con placer, me devora las entrañas.

  • Autor: Vancouver (Offline Offline)
  • Publicado: 4 de junio de 2025 a las 00:54
  • Comentario del autor sobre el poema: Un viaje autoreflexivo y de exploración hacia las bestias que nos habitan.
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 7
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