El rosal crecía contra el muro, silencioso,
distante de todo aquello que no fuera luz y agua.
Jubiloso, por años estiró sus brazos, intentando
alcanzar el borde de la tapia y curiosear la calle.
Cada agosto —mi madre— decidía la altura de su talle,
y él, sumiso, volvía a comenzar su itinerario...
Yo, con apenas siete años,
estiraba la mirada sobre la tierra,
como si fuera un manto delicado, para que
cada trozo que caía de su cuerpo, no se lastimará.
Así, por más de veinte años, vi ese ritual doloroso.
Mi madre lo amaba, estoy segura, siempre observando
si alguna plaga lo acechaba,
cuidándolo de los vientos y de los pájaros…
El cemento, años tras años fue cubriendo el patio,
desterrando, sigilosamente, las huellas de mi infancia;
solo el rosal, como reliquia,
ha quedado contra el muro.
Este invierno,
ha sido el más cruel de todos los que he vivido.
Mi madre se ha ido a otro jardín,
y me pregunto si allí, habrá rosales.
Es agosto, hay un ritual que debo realizar como un mandato,
pero, al ver el cuerpo del rosal,
deformado y tan herido,
a punto de llorar digo:
¡Crece amigo! ¡Crece hasta sobrepasar el muro!
Que toda la gente se adueñe de tus rosas
y aromen el mundo.
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Autor:
Beatriz Teresa Bustos (
Offline)
- Publicado: 2 de junio de 2025 a las 22:16
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 8
- Usuarios favoritos de este poema: Lualpri, alicia perez hernandez, WandaAngel, Poesía Herética
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