Oso de peluche maldito

La culpa nació en el remordimiento.

El remordimiento se generó en un acto de amabilidad con segunda intención.

La segunda intención se desarrolló en una mente erróneamente cegada por un
supuesto amor.

Un acto de amabilidad que genera culpa en quién lo recibe, incluso si este ser fuese
puro e inocente, es un acto de odio al final del día.

Un acto que crea recuerdos dolorosamente confusos no podría ser aceptable.

Por lo que, una cena puede pasar de ser romántica a traumática para alguno de los
involucrados. Un ramo de flores podría dejar de ser cautivador y volverse
vergonzoso.

Un oso de peluche que por más reluciente, pequeño, encantador que resulte a
primera vista, si es un peluche maldito algún día logrará conjurar su maldición de
cualquier forma.

¡Es qué lo hizo al momento de ser dado y recibido!

Entonces aquella culpa al recibir tendría sentido. Se comprenden todos los regalos
auto cancelados.

Y el deseo de ser castigado, ¿Se justifica?

Entonces el desprecio y daño autoinfligido, finalmente tiene su nacimiento.

Si la culpa no yace es porque la maldición se mantiene viva.

Pero, ¿Podría tener sentido? Hace décadas murió el peluche, por tanto, su
maldición debería anularse.

Entonces, ¿Realmente el peluche estaba maldito? ¿Podría anularse una maldición
que se creó a través de la culpa?

Era maldito el oso o maldito el momento, quizá maldito el día en que el recuerdo
regresó y tomó sentido.

¿Maldita vida? Simplemente maldito aquél que entregó la maldición. Maldita yo.

Comprendí que la maldición nació con la culpa, culpa de la que nadie se hizo
responsable.

Culpa que duele, culpa que hiere, culpa que traiciona y ensucia. Culpa que molesta
y culpa que se carga eternamente, para que de esta forma nadie más cargue con
los remordimientos, al menos nadie ajeno a tal abominación.

Comprendí también que todo lo que sucede tiene un porqué, aunque aún no logro
comprender el por qué yo nací.