LUNA SILVESTRE RECUERDOS DE INFANCIA

ROGER MEDINA GUERRA

 

El dolor, que te consume en silencio,
se vuelve tu única compañía,
mientras aguardas, quizá,
que el olvido venga por ti

Como un viento piadoso.

 

¿Te acuerdas?

Cuando jugábamos
con hojas de guarumo y cerezos,
cuándo, con caballos de palo,
corríamos tras los burros cerreros,
y tu hermosura hacía temblar
los ojos de este niño travieso,
que un día, inocente, quiso robarte un beso,
y entre risas de picardía,

me decías: “

cuando lleguemos al huerto”.

Eran días dorados,
donde las horas se deshacían

como arena entre los mangles,
y nuestros sueños volaban
como cometas de mil colores

bordadas de esperanza.

 

Recuerdo tu risa,
melodía de río tranquilo,
y el brillo de tus ojos,
dos estrellas vagabundas
en la inmensidad del cielo.

Éramos dos almas sin tiempo,
corriendo sin rumbo,
sin saber que ese instante
sería la última vez
que la eternidad se colara
entre las risas de la niñez.

¿Te acuerdas, amor?
Cuando el huerto era refugio
y tus palabras promesas suspendidas,
besos jamás dados
que quedaban flotando en el aire,
como brisa tibia
acariciando el alma.

Esos recuerdos, tan puros,
siguen guardados en mi pecho
como un secreto intacto,
y aunque el tiempo haya borrado
las huellas de aquel sendero,
mi corazón aún guarda la memoria
de aquellos días sencillos,
donde el amor no necesitaba palabras
para hacerse eterno.

Hoy, a tu lado,
recostado en este gastado taburete de cuero,
mi hermosa,
vuelvo a pensar en esos momentos,
en aquellos días de estudiantes y amigos,
cuando recorrimos senderos,
soñando con mil cielos
infinitos y abiertos.

Eran tiempos donde el sol
tenía un brillo más cálido,
y nuestras voces se entrelazaban
como ríos inseparables.
Recuerdo tus ojos,
llenos de promesas y misterios,
mientras la vida se abría
como un campo de posibilidades
sin límites, sin barreras.

Éramos jóvenes,
y el futuro era nuestro,
un libro en blanco,
lleno de aventuras,
de cantos,
y sueños por escribir.

El aire era fresco,
y cada paso una victoria
sobre el miedo,
una celebración de la amistad
que nos tejía a todos
en una sola trama de ilusiones.

Hoy, el tiempo ha cambiado su curso,
pero esos recuerdos siguen vivos,
guardados en lo profundo de mi alma,
como estrellas tercas
que nunca dejan de brillar,
aunque el cielo se nuble.

Y aunque las estaciones de la vida
nos hayan transformado,
sigues siendo la misma:
mi amiga, mi confidente,
la que soñó conmigo en aquellos días,
y que ahora, en su silencio,
sigue caminando a mi lado,
cosechando los frutos
de esos sueños anhelados,
bajo cielos nuevos,
pero siempre infinitos y abiertos.

Agonizaste entre sombras y recuerdos.
¡Descansa en paz!
Luna silvestre,
aunque el tiempo te lleve,
tu luz persistirá
en la memoria de un niño travieso,
y en cada rayo de luna
que asome en la noche estrellada.

Serás siempre mi guía,
mi luna silvestre.
Tu fulgor, aunque callado,
sigue brillando en mis días grises,
como un faro lejano
que me orienta sin pedirlo
en los vientos del destino.

Aunque ya no escucho tus risas,
ni te siento cerca,
tu esencia vive en los pliegues
del tiempo que no se olvida,
en los suspiros de la brisa
que trae tu nombre
a cada rincón del universo.

Hoy, bajo este cielo
donde la luna aún guarda su magia,
te invoco en silencio.
Y en cada estrella fugaz
te siento regresar,
como un eco suave,
una sombra gentil
que me cuenta las historias de antaño:
de un niño y su luna silvestre.

Aunque el mundo gire,
y las estaciones pasen,
tú, mi luna silvestre,
serás la luz que jamás se apaga,
el recuerdo incorruptible
de la pureza y la inocencia
que en su instante
fueron nuestras.

 

 

 

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