Angel, Promesa Eterna
Hay personas que aparecen en nuestra vida como un sonido suave entre el caos de la vida, como una melodía leve que no se olvida aunque pasen los años. Ella fue así. Una presencia serena y luminosa, una amiga que no necesitaba levantar la voz para hacerse notar, porque bastaba su forma de mirar el mundo para llenar de paz todo a su alrededor. La conocí en un tiempo en que la vida era más sencilla y los días se sentían eternos, pero nunca tanto como las noches que vinieron después de su partida.
Era tan linda, no solo por fuera, sino por esa energía tan especial que la rodeaba. Había algo en ella que no podía explicarse del todo, como si llevara dentro un rincón secreto del universo, algo que no pertenecía del todo a este mundo. Siempre parecía estar danzando al borde de algo invisible, con una tranquilidad que a veces me desarmaba. Era capaz de quedarse en silencio por largo rato, y aun así, en ese silencio, podías escucharla.
Nunca me habló de sus dolores. Nunca dejó entrever que algo pasaba dentro de su alma. Y quizás por eso dolió tanto. Porque cuando supe que se había ido por voluntad propia, sentí que me habían arrancado una parte sin siquiera darme cuenta de que estaba ahí. No supe los motivos, no hubo cartas ni explicaciones. Solo el vacío. Solo preguntas sin respuesta que todavía hoy me visitan cuando la noche se hace demasiado larga.
Su ausencia se convirtió en una sombra amable que camina a veces conmigo. Aprendí a convivir con ella, a recordar sin romperme, aunque no siempre lo logro. Hay momentos en que la extraño con una intensidad brutal. Como si fuera ayer. Como si pudiera girar la cabeza y verla ahí, sonriendo, diciéndome algo que no entiendo pero que me consuela. A veces, incluso, la sueño. Y en esos sueños, no hay dolor, solo calma.
“Nunca rompas una promesa”, me dijo la última vez. No sabía que serían sus últimas palabras. Pero se clavaron en mí como una brújula. Desde entonces, esa frase se convirtió en mi norte. Me acompaña cada vez que dudo, cada vez que intento rendirme. Y tal vez sea su manera de seguir hablándome, de recordarme que lo que uno promete con el alma, debe cumplirlo con la vida.
La echo de menos. Echo de menos sus palabras, sus abrazos que parecían detener el tiempo, su manera de hacer que todo pareciera más simple. A veces me gustaría que el mundo se detuviera solo un segundo para poder decirle cuánto la quise, cuánto la quiero todavía. Porque el amor que nace de la amistad verdadera no muere, solo cambia de forma.
Vives ahora en mis recuerdos, en los pequeños detalles que me la traen de vuelta sin aviso: una canción, un atardecer tranquilo, una frase que hubiera podido decir ella. No hay día que no la lleve conmigo de alguna forma. Y aunque la vida ha seguido su curso, hay un lugar en mí que se quedó esperando.
No quiero que su memoria se pierda en el olvido, ni que su partida sea solo un capítulo triste. Quiero recordarla como era: luz, calma, ternura. Porque eso fue lo que dejó en mí, y lo que sigue creciendo con los años. Ella sembró algo en mi corazón, y aunque ya no esté, esa semilla florece cada vez que hablo de ella, cada vez que la pienso.
Y así la honro. En cada promesa que cumplo, en cada gesto de amor sincero, en cada intento por ser un poco de la luz que ella fue. Porque aunque sus pasos ya no suenen en este mundo, su alma quedó sembrada en la mía. No se fue del todo. Vive en los silencios que hablan, en los abrazos que aún imagino, en las noches que a veces parecen eternas, pero donde su recuerdo es luz. Y mientras yo exista, ella no será olvido, será presencia sutil, será promesa viva, una promesa eterna…
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Autor:
Khazz Hunter (
Offline)
- Publicado: 25 de mayo de 2025 a las 00:38
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 7
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