El Regalo Que Ardió Una Noche

El Regalo Que Ardió Una Noche

Esa noche, cuando el mundo parecía girar más lento, tú y yo fuimos el centro de todo. Era mi cumpleaños, y no pedí deseos porque ya los tenía todos contigo al lado. No sé si fue el alcohol, la risa, o simplemente el destino, pero algo cambió en mí desde ese instante en que empezamos a caminar juntos.

Tus pasos junto a los míos en aquel parque se quedaron grabados en mi memoria. No hablábamos de cosas importantes, pero cada palabra tuya tenía el poder de hacerme sentir vivo, como si la noche no tuviera fin.

Recuerdo cuando reíste al lanzar la bola en los bolos, y cómo tus ojos brillaban más que las luces del lugar. Yo ya no sabía si me estaba divirtiendo por el juego o por tenerte tan cerca.

Cuando el frío de la madrugada empezó a morder nuestra piel, tú te convertiste en mi abrigo. Y entre humo y carcajadas, compartimos secretos que tal vez nunca volveremos a decir en voz alta.

Nos besamos como si el mundo fuera a terminar, como si nuestras bocas se hubieran buscado durante vidas. Fue un beso torpe y sincero, como los de las primeras veces, como los que no se olvidan.

Esa madrugada, nuestros cuerpos hablaron un lenguaje sin palabras. Nos encontramos en medio del caos, del frío, del humo, y todo fue tan real que aún hoy me cuesta creerlo.

Yo lo recuerdo todo. Cada palabra, cada mirada, cada silencio. Y te agradezco por darme una historia que nadie me podrá quitar. Porque hay momentos que no necesitan testigos ni explicaciones.

Cumplir años a tu lado, aunque solo fuera una noche, fue el mejor regalo que alguien pudo darme. Me enseñaste que el amor no siempre se queda, pero cuando llega, lo quema todo. Y no importa si dura poco, si al día siguiente hay dudas, si no se repite. Lo importante es que fue.

Hoy solo quiero darte las gracias. Por esa noche, por tu risa, por tu calor, por el fuego que fuiste. Hay historias que no necesitan durar toda la vida para ser eternas. Y tú fuiste una de ellas.