Yo le ofrecía lo que tenía:
unas horas mal dormidas,
un par de versos urgentes,
la piel con memoria
y una ternura que me sobraba
desde antes de conocerla.
Ella llegaba, leve y callada,
como quien trae secretos del cielo
y los guarda para no lastimar al mundo.
Yo, sin querer romper su misterio,
me conformaba con los jueves
que sus labios me daban
como migajas divinas
a un corazón que no pedía más.
Era mía en la neblina de lo breve,
en los pedazos del día que no cuentan,
en la calma de un silencio compartido.
No quise atarla, ni pedí promesas:
sabía que el amor sin nombre
es el que más duele y más vive.
Y sin embargo,
cada jueves era un cielo corto,
una oración que nacía en mis labios,
un destello de eternidad fingida.
Porque hay almas
que pasan sin quedarse,
y aun así nos dejan enteros.
En el fondo, sabía que era ajena.
Aunque su cuerpo se me entregaba
como ofrenda de carne y fuego,
su alma habitaba otros lugares,
lejos de mi fe.
Y, ay, la amé.
La amé como se ama lo imposible:
con una dulzura resignada,
con la esperanza vestida de sombra,
y con la certeza de que el dolor,
cuando es puro, también es amor.
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Autor:
Bohemio enamorado. (Seudónimo) (
Online)
- Publicado: 21 de mayo de 2025 a las 02:57
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 2
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