El cierzo flagela mi carne marchita,
el alba se quiebra de escarcha y de pena,
mas tu ardor me envuelve cual llama bendita,
y aun la noche más lóbrega se serena
bajo el fulgor de tu esencia infinita.
Titilan los cielos con frío inclemente,
se hiela la sangre, la vida se azora,
mas tu abrazo, amor, fervorosamente,
como un relicario de lumbre que aflora,
me guarda del mundo y su cruel diente.
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