Hubo una vez un rostro,
tardes deseadas en los pasillos
del colegio.
Un gesto leve,
una trenza torcida,
la forma distraída de mirar la ventana,
y ya todo era ella.
Aquel primer amor que solo vivió en mí,
como la lluvia que no moja la piel
pero cala el alma.
Las frases de mis amigos parecían lejanas
y yo apenas respondía,
como si el idioma de los otros
hubiera dejado de existir.
Había un hueco
entre el pecho y la garganta
donde se colaba su imagen cada noche.
Llorar era cerrar los ojos
y verla pasar sin verme,
descubrir que la belleza, a veces,
no elige quedarse.
Amarla fue una enfermedad sin fiebre,
un incendio en la sangre
con llamas de silencio.
Y cada día,
un espejo:
el timbre de salida,
su voz dos pasillos más allá,
una canción en la radio que la dibujaba.
Ahora han pasado años,
la realidad ya no es la misma,
y ella- supongo - vive otra vida
donde yo no fui ni sombra.
Los espejos del pasado se rompieron,
uno a uno,
y quedaron los bordes,
el reflejo astillado
de un tiempo que ya no me pertenece.
José Antonio Artés
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Autor:
José Antonio Artés (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 20 de mayo de 2025 a las 16:23
- Categoría: Amor
- Lecturas: 11
- Usuarios favoritos de este poema: Mauro Enrique Lopez Z., Tommy Duque, Antonio Miguel Reyes, Pilar Luna
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