En la hora de una noche mágica en la playa de la lejana Costa Esmeralda, donde las tenues olas comparten secretos de allende los mares, y el viento trae consigo aromas de sal de otros lejanos confines, se oye una bella saloma que dice de esta leyenda.
En noches de primavera y mar en calma, en el horizonte intocable, emerge majestuosa la luna oronda, cual broche de platino sobre un cielo de azul cristal. La arena queda colmada de reflejos con su luz plateada. Fosforescencias imposibles impregnaban la playa callada.
Los pescadores del pueblo cercano cuentan que, en noches como esta, de remolinos de fulgentes luces, se podía ver a una sirena que habitaba entre los someros fondos alfombrados de vistosos corales. Su nombre era Lya, una hermosa dama de las aguas, con cabellos de finas algas doradas y ojos de un profundo color esmeralda. Se cuenta, se rumorea, que su canto era tan melodioso y bien timbrado que podía atraer a los corazones más templados y hacer que los más temerosos jóvenes se aventuraran a bañarse en el agua, alejándose del cobijo de la orilla.
Una de esas noches, un joven llamado Mario, un soñador de buen corazón, decidió desentrañar la leyenda. Había escuchado también las historias de su abuelo sobre Lya, y fascinado por el misterio del suceso, que en el tiempo parecía repetirse, decidió ir a la playa y caminar hacia la orilla, guiado por la luz de esa luna de noche tan especial. Llegó y se sentó en la arena a esperar con calma medida que algo hermoso aconteciera, dejando que la brisa marina acariciara su amable rostro. En un momento, quizás algo dormido, cerró los ojos y escuchó del mar un susurro diferente, un eco que parecía provenir de entre las sombras marinas. Pensó que la sirena tal vez fuera real y se manifestara.
Lentamente, una embriagadora salmodia se dejó oír en el aire. Un sonido hipnótico, como el canto de las sílfides de los bosques secretos que aparecen en algunos viejos libros de cuentos.
Mario abrió los ojos y, ante él, emergió Lya. Su piel, rodeada de auras, brillaba bajo la luz blanca de la luna, y su cola escamosa destellaba en tonos de verde y azul. La sirena se deslizó despacio hacia la orilla, acercándose a Mario con una sonrisa de amor en sus labios, tan hermosa como imposible de evitar.
“¿Quién es el valiente que se atreve a buscarme bajo la luna?”, preguntó Lya, con su voz suave como la caricia cálida de las leves ondas.
“Soy Mario, y he venido a escucharte cantar”, respondió el joven, con el corazón latiendo con toda su fuerza.
Lya sonrió, un sonido que resonó en el ambiente como el tintinear de campanillas silvestres del bosque cantor.
“El canto del mar es un regalo, y pocos son los que tienen el valor de acercarse. Pero cuidado, joven soñador, el mar guarda secretos que no todos pueden entender.”, dijo ella.
Intrigado, Mario le preguntó sobre esos secretos. Así comenzó una noche de relatos y leyendas, donde Lya le habló de las maravillas y peligros de los mares y océanos, de las criaturas que lo habitan y de los sueños que se podían encontrar bajo sus lindes. Cada historia que la sirena le narraba era un hechizo que le absorbía más y más, ajeno al lugar de encanto donde se encontraba.
La luna avanzaba en el arco celeste, y Mario se dio cuenta de que el tiempo se difuminaba en la noche. “¿Puedo volver a verte?”, preguntó, sintiendo un vacío en su pecho al pensar en la inevitable despedida.
Lya sonrió, y su mirada se tornó profunda y sabia. “El océano es vasto, pero siempre encontrarás el camino de regreso a buen puerto, si sigues con la nobleza y valentía de tu corazón. Recuerda, Mario, el amor por el mar y el respeto son los mejores rumbos.”, sentenció con su voz de suave ámbar.
Con esas palabras, la sirena se sumergió silenciosa bajo el agua, dejando tras de sí una huella de fosforescentes colores y una melodía inacabable que seguía resonando en el aire. Mario miró a la luna, sintiendo que, aunque la noche había llegado a su fin, su conexión con Lya nunca se desvanecería. Prometió volver, no solo para escucharla de nuevo, sino para aprender de la vida maravillosa que latía bajo las olas.
Desde esa noche, cada vez que la luna llena iluminaba la playa, Mario acudía a la orilla, esperando con ilusión a que su amiga la doncella de los corales de jade regresara a la misma playa a un nuevo encuentro, rogando al océano inmenso que guardara el secreto de su amor.
Lya jamás regresó.
Mario, en una noche en que la luna tiñó de plata y azul toda la arena de la playa, se adentró en el agua cálida más de lo aconsejable y murió en la mar ahogado… ahogado en la mar por amor a un sueño soñado.
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Autor:
Salva Carrion (
Offline)
- Publicado: 18 de mayo de 2025 a las 12:11
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 19
- Usuarios favoritos de este poema: Zapalandia, ElidethAbreu, liocardo, Mauro Enrique Lopez Z., WandaAngel
Comentarios3
Mi querido Salva, que triste y bien contada historia, y que tristeza por Mario.
Abrazos y aplausos por tu excelente trabajo creativo.
Elideth, hola.
Quien muere por amor, muere feliz,
Gracias.
🌊🌊🌊
Asi es Salva.
Gracias.
Todo un despliegue de arte narrativo en una historia fantástica plena de amor y tragedia.
He olido el mar, he visto a Lya, he sentido con Mario, he suspirado y me he emocionado
Gran entrega, escritor. Gracias por deleitarnos en esta tarde de domingo.
Saludos afectuosos.
Liocardo, hola.
Me alegra si te ha gustado.
Saludos de la mar.
🌊🌊🌊
Ha sido una delicia el relato mi amigo; las sirenas son para las almas marineras, errantes, románticas.
Un abrazo grande amigo y poeta Salva
Capitán
Carlos, amigo.
Sin romper la magia de la fantasía, como sabes, las sirenas no existen. Pero presumen cierto encanto poético.
Saludos, maestro poeta.
🍺🍺🍺
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