EL MANUSCRITO DE TIRAJANA

liocardo

 

        EL MANUSCRITO DE TIRAJANA

               (La historia del génesis según la serpiente)

 

 

                             I 



«¿Qué hago yo aquí entre flores y reptiles?»

                                       (Eduardo Lizalde)



Ahí está:

Ensimismado mirando su creación

y el devenir del deseo hecho materia.



Hasta que se aburra.



Todo fue un capricho,

o un antojo o un vicio,

una idea espontánea;

nomás entretenimiento.



Primero pensó en siete días

(siempre tan dado a la cábala),

pero al sexto se saturó de la obra:

le pareció aceptable el resultado

de un universo plagado

de luces y esferas.



La vida fue un accidente;

una reacción imprevista:

ácaros en su expansión de canicas y polvo.

Y así fue que entre éstos

se le ocurrió crear al hombre

para que admirase todo aquello

y le reconociera su gran talento.



Una vez, incluso, se imaginó

convertido en uno de ellos

sin calcular bien las consecuencias

de la curiosidad.



Acaso más adelante,

cuando se haga mayor

y ya no le encuentre atractivo ni gracia,

se lo ceda a su alter-ego,

que desde el inmemorial principio,

rindiendo culto al pecado,

lo codicia, envidia y ambiciona.



Al fin y al cabo son parientes

y sólo se tienen el uno al otro.



 

                          II



«Dios dijo a la mujer:

¿Qué has hecho?

La mujer respondió:

La serpiente me engañó y

he pecado.»

                (Génesis, III, 13)



Se citaron a la caída de la tarde, 

para cuando el sol se hubiera recogido

y mientras Selene componía su aspecto

de refulgente concupiscencia

antes de salir a competir con la Afrodita.



Un querubín aureado

actuando de mediador

había concertado el encuentro

en el calvero del bosque

lejos de oídos indiscretos,

pues delicado era el objeto

de tan singular concilio.



La misma inquietud compartían

Eva y el Hacedor;

mas por distintas razones:

en lograr que el hombre colaborase

con sus deberes patriarcales

no tenían ningún desacuerdo.



Siendo una mujer realista, 

multiplicarse y poblar la tierra

no le pareció un mal plan,

pues aquél que era del barro

como único congénere

al que tener por compañía

tampoco es que le hiciera

mucha ilusión.

Quizás algunas veces,

su estancia como ausente

lograba proporcionar

cierto alivio a su soledad,

pero la sordera

de su entendimiento

hacía que lo quisiera

mejor

en la distancia.



Sólo un egocéntrico dios

sería tan inconsciente

como para dejar el futuro

del mundo en las manos

de tan omisa criatura.

 

Ambos comenzaron marcando posiciones:

Él se vindicó como el artífice

de todo lo existente,

y dentro de ello,

de haber creado a Adán

a su entender y buen criterio.

Ella enarboló su voluntad

para estar a favor o en contra

de formar pareja con aquél

dependiendo de las condiciones.



El dios bramó, la mujer se enfurruñó,

el ángel alzó los brazos invocando al sosiego.



El Creador anhelaba un pueblo que lo alabase,

la primera mujer, una familia para su regocijo.

Mas a quién debería rendirse obediencia

por sobre todas las cosas

era una potestad en la que aquellos discrepaban.



Pero aquí el ángel resolvió con equidad

proponiendo el derecho de la mujer

de ser adorada tanto o más que un dios

si el hombre procedía por mor de una pasión

que por méritos de ella fuera merecida;

casi a regañadientes, por fin lo aceptaron.



Eva se calló que de cualquier modo

hubiera asumido su parte del trato,

porque el fruto era propio de su naturaleza fértil:

vino al mundo siendo vértebra

aunque al otro le dijesen que costilla

por no herir su amor propio que era mucho.



pronto advirtió

que tras una gran mujer

jamás hay nadie



El problema era que el ínclito sujeto,

el portador de la semilla

hecho de tierra, barro y aliento divino

se había declarado bohemio, librepensador y artista,

y no se mostraba dispuesto a colaborar.

Del que se pretendía que fundara una extirpe

dejaba correr sus días junto a la cascada

narrando a una variopinta congregación de animales

fantásticas historias sobre unicornios y sirenas.

Disfrutando de la abundancia y de la frescura

con lo que él aún no sabía que eran sus sentidos.



El Todopoderoso confió a la mujer

la receta del hongo afrodisíaco

con el que enardecer su apático interés

por la imperiosa copulación.



Bajo el árbol mustio y solitario

que se hallaba en aquel claro de conjuras

Eva inició al hombre en las artes amatorias.

Allí fundieron sus cuerpos con pasión desmedida

disfrutando la experiencia

de adentrarse clandestinos en el reino del placer.



Pasaron varias jornadas entregados al amor,

hasta que Adán un día le suplicara

que ocultase la tentación de sus encantos

para que sus ojos pudieran mirar al horizonte.

Ella accedió, apiadándose

(de ahí lo de las hojas de parra).

Él, más que taparse, simplemente se la ató.



Y tal como estaba previsto,

el Omnisciente hizo su aparición

Qué espectáculo; qué escenificación;

una interpretación impecable—:

amenazantes nubes tormentosas,

voz tronadora , rayos por doquier...

rugían las entrañas de la tierra

como si tuviera hambre.



Una pregunta retórica:

«¿Qué habéis hecho?.»

Una sentencia tajante:

«¡Habéis cometido pecado!»

Una condena inapelable:

«Tú, hombre ingrato,

a partir de ahora trabajarás para tu sustento

y el de tu descendencia.

Construirás un hogar

y en el centro me alzarás un templo,

y allí se adorará por siempre mi nombre

sin nombrarlo.»



«En cuanto a ti, mujer, como castigo,

dentro de nueve meses —más o menos—

parirás con dolor.»



(Se reservó el derecho de dictar

en lo sucesivo cualquier otro mandamiento

por medio de una circular)



Él, de temblarle las piernas,

gimiendo acongojado,

cayó de hinojos al suelo

tirando de sus cabellos hasta arrancarlos

y cubriendo su cuerpo de cenizas 

para lavar la culpa.



Ella, imitando la actitud de él,

se cubría la cara con ambas manos

ocultando una amplia sonrisa,

feliz tras la buena nueva.



Arrebolada en la rama de aquel árbol

donde solía permanecer por temporadas

a la espera de un manjar del paraíso

siendo testigo accidental de este suceso

esperaba que no me descubrieran.



Sucedió que la mujer, mirando al cielo,

se sorprendió descubriendo mi presencia

y así me delató señalando acusadora:

«¡La serpiente, como siempre tan rastrera,

me incitó a pecar!»

Y el Altísimo, por no ser menos,

«Yo te maldigo», me dijo

antes de difuminarse.



Pues no sé en qué más me va a maldecir,

si me hizo pura vaina para una estaca.

Ni patas, ni alas, ni cuernos, ni garras...

La intención de crear un animal

para el que sólo se le ocurrió el rabo

y olvidó diseñar el resto.

«Reptarás por la tierra», me profetizó

(como habiendo sido ocurrente);

pues si le parece, voy dando volteretas.



El caso es que fue así como ocurrió:

allí estuve y lo vi todo;

pero de casualidad.

Yo nunca participé; se me acusa falsamente.

Puede ser que no me crean, 

pero ésta es la pura verdad:



lo juro por dios.



  • Autor: Lío Cardo (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 16 de mayo de 2025 a las 01:15
  • Comentario del autor sobre el poema: En descargo: La intención menos deseada de este texto es la de ofender ni al hombre ni a la mujer ni a los creyentes ni a Dios ni al ángel ni a la serpiente. Pero puestos a ofendidos, que sea para tod@s por igual; sin discriminaciones.
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 15
  • Usuarios favoritos de este poema: Mauro Enrique Lopez Z., Nelaery, ElidethAbreu
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Comentarios +

Comentarios2

  • Nelaery

    Me gusta la presentación alternativa de la Creación.

    • liocardo

      Bueno, según la serpiente 🐍

      A saber. Yo me encontré ese manuscrito. Aquí lo comparto 🤭

      Ni lo confirmo ni lo desmiento.

      Muchas gracias poetisa por dedicarle tu tiempo a mis letras. Un placer.

      • Nelaery

        Nunca antes había oído la versión de la serpiente.

        • liocardo

          Totalmente de acuerdo. Hay que dejar a la acusada que presente su alegato de descargo.

          Cuestión de justicia ☺️

          • Nelaery

            Muy buena respuesta.😄

          • ElidethAbreu

            La serpiente susurra el origen.
            Ella no es culpa, es conciencia.
            Como las liras, es mujer que despierta.
            Gira en espiral, no para morder,
            sino para revelar lo que duerme en la raíz.
            No teme al fruto:
            lo nombra.
            Lo conoce.
            Lo canta.

            Gracias poeta liocardo.
            Tremendo trabajo para producir esta entrega.
            Abrazos.

            • liocardo

              Muchas gracias, Ilustrada Poetisa Elid. Como siempre es un honor que tu presencia recorra mis decires, y en cada aporte, ese regalo que posas delicadamente con tu reflexión letrada en esos comentarios maravillosos e incontestables.

              abrazos compartidos



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