Torre de Babel

Margarita García Alonso

 

En la Torre de Babel los chinos

espantan crípticos en tinta negra

sobre guano de murciélago.

 

Pánico en la plebe,

el virus ahoga y aparece

un tipo en escafandra verde,

el rostro cubierto

para inhumación.

 

Es el comienzo de la guerra

entre chinos, conspiracionistas

y banqueros que aman

al doctor de Auschwitz

endeudado por inacabada exterminación.

 

Parlotean agudo y de repente

mil lenguas diferentes retoman

la resurrección,

pero los resucitados se esconden

tras un manual y cursos

     de domesticación masiva.

En el parqueo

fotografían ataúdes

mientras pasa un cometa

a ras de suelo, ¿cierto o incierto?,

nadie sabe encerrado

en el monóxido del cuarto.

En las afueras rompen ADN

con largas agujas,

perforan la hasta entonces

negada alma.

El cuerpo fragmenta

como jarrón barato,

ni siquiera chino,

inventado por Ursula Von

Bank-Box, frente al Ejército

de Monos Sabios.

 

Otra guerra estalla,

sobrevivientes de la inoculación

deambulan con pie tieso.

Parecen humanos,

en realidad, son bombas

transformadas en baratija.

-A la ocasión, estaba sana,

repite el proveedor-

frente al comercio

la mujer infarta e iba

a parir su primer hijo.

 

Mientras frotan jabón

con alga contaminada,

descienden la muralla,

en equilibrio

con cien estrellas difuntas,

inseminan al planeta

con un líquido infectado

en la trastienda,

 

cola de perro,

rabo de toro,

falo de dinosaurio,

polvillo, uña y secreción,

de todo, menos ternura.

En el mejor de los casos,

hubiese preferido

una espectacular radiación

instantánea para celebrar que

“acabó la hambruna en el planeta.”

-Ay no, por Dios,

se llena la Web de selfis. -

 

Dylan, con ojos rasgados,

quiere desaparecer del edificio,

dormir bajo acacias.

Unidos y quemados por

excesiva fornicación,

se escurre en los peldaños

de la escalera con un

 “chèri, tremendo fricasé ideológico en la cabeza.”

 

El ruso entama punto

macramé, teje alas.

En el granero, un francés

parte en humo.

Luego siguen coreanos,

israelitas, poloneses,

húngaros de la cúpula,

 

firman tratado espeso,

malamente traducido por IA,

y da igual, nadie entiende

a químicos, menos a la realeza.

Con tanto macho,

en Qatar compran fuentes

de chocolate que vierten

sobre mujeres bajo velo,

- jarrones de oro, eso sí-

y otra guerra, otro teatro,

otra pieza: la torre de Babel

se transforma en torre de Pizza

de medio lado,

 

hierro y rascacielos

para afortunados,

mira, el borde estrena  

esquina de alta costura.

 

Europeos, con sexualidad aparente,

colorean pelos de celestino,

bajan cerveza de los Alpes

y empapan a las vacas.

Con tal de que no aparezca

animalero o vegetariano

habrá siesta.

A medio camino

instalan cruces de seguridad,

campean lobos con carpeta

de piel, estrenan

barrera oxidada,

aprietan dientes

para guardar igual sonrisa,

idéntica boca, la misma labia,

herrumbrosa,

 

en el norte asesinan

a un africano

que nunca estuvo en África,

y los blancos se arrodillan

por el color humo.

 

Han dicho que esto podía pasar

en cien sectas apocalípticas,

pero nadie movió dedo.

 

Los caballos no aceptan

jinetes de última hora,

a lo máximo, la élite posa.

 

En una hora empieza

el derrumbe muscular,

sin misericordia suena

la campana, pero

he perdido gusto,

las ganas de misal.

 

La lengua estalla,

escucho silbidos

en múltiples idiomas.

 

idéntica basura

suena diferente cuando

desafina la sombra.

 

De aquella Babel

solo queda un objeto,

un magnífico esperpento

que da volteretas de trompo

frente al tuerto.

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Comentarios +

Comentarios1

  • Santiago Alboherna

    la torre de babel este quizás en el último capítulo de la serie. Me gusto mucho el poema, cordial saludo

    • Margarita García Alonso

      Puede ser, estamos en ese desmoronamiento, y es constante, amigo Santiago, abrazos. GRACIAS por comentar.



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