Antes del abrazo, el mundo era plano:
la Muerte tejía su rutina de huesos,
y el Amor, distraído en besos vanos,
ignoraba el sabor de los universos.
El río (testigo de lo que no existe)
murmuró una pregunta a los durmientes:
«¿Qué pasaría si un día, de repente,
se abrazaran el Amor y el Frío,
la Vida hecha suspiro y la Muerte frente a frente?».
La Muerte afiló su guadaña de espinas,
mas halló en el filo un pétalo roto.
El Amor, al saber que ella venía,
cosechó lágrimas de un jardín remoto.
Ella vistió su traje de tinieblas,
pero un hilo de sol bordó su manto.
Él quiso ofrecerle rosas eternas,
y en vez de flores, halló llanto.
La Muerte llevaba un traje de espinas
y el Amor, una corona sin flores.
Ella ofrecía noches peregrinas,
él prometía lunas de colores.
—Si mis dedos de niebla te sostienen —
dijo la Muerte con voz de raíz seca—,
¿caerías en mi sombra que no tiene
ni principio ni final… ni te espera?
Y el Amor, que temblaba como un trigo,
le respondió con un verso en la herida:
«Si abrazarte es perder todo lo mío,
¿por qué tu vacío sabe a mi vida?».
Se miraron. La tarde se partió en dos:
un lado fue invierno, el otro, verano.
La Muerte le entregó su primer sollozo,
el Amor le ofreció su cuerpo en vano.
Se unieron. Fue un minuto y fue un siglo.
La tierra giró al revés siete veces.
Ella sintió latir su propio abismo,
él descubrió que el fin no es lo que crees.
De sus bocas nació un árbol sin nombre
cuyas raíces beben del olvido:
las hojas son canciones que el Amor nombra,
y los frutos, silencios consumidos.
Los relojes cayeron de las torres,
las estaciones fundieron sus colores:
la nieve ardía en llamas de verano,
y el desierto floreció con sus dolores.
Los recién nacidos lloraron versos,
los ancianos bailaron con la ausencia.
Hasta el mar, con sus olas de invierno,
aprendió a navegar hacia la esencia.
La Muerte ya no usa su guadaña,
teje en su pecho un nido de agonías,
mientras el Amor, con voz extraña,
canta canciones que saben a despedidas.
Juntos pisan senderos de luna,
donde el tiempo se enreda en su cabello.
Ella le enseña a perder la fortuna,
él le revela el arte de lo bello.
Ahora nadie responde a la pregunta
que el río repite cada madrugada:
¿quién murió de los dos en esa hondura?
¿Fue el Amor quien mató a la enamorada?
Las estrellas, cómplices del misterio,
guardan el secreto en sus pupilas:
dicen que en el centro del acertijo
la Muerte aprendió a amar sin orillas,
y el Amor, a morir cada día.
Si alguna vez oyes que la brisa
susurra dos nombres en la tarde,
sabrás que son ellos: eternos, libres,
jugando a ser sombra y ser alarde.
La Muerte cose sueños en su rueca,
el Amor los tiñe con sus grietas.
Ya no hay abismo entre sus reflejos,
solo un jardín de ausencias perfectas.
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Autor:
El Axis De Los Versos (
Offline)
- Publicado: 6 de mayo de 2025 a las 15:29
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 11
- Usuarios favoritos de este poema: El Axis De Los Versos, alicia perez hernandez, ElidethAbreu, Poesía Herética
Comentarios1
La Muerte cose sueños en su rueca,
el Amor los tiñe con sus grietas.
Ya no hay abismo entre sus reflejos,
solo un jardín de ausencias perfectas.
.....
SIMPLEMENTE MARAVILLOSOS VERSOS QUE SE APRECIA EN SU LECTURA. SALUDOS POETA
Muchísimas gracias por tus palabras. Me da mucha alegría saber que disfrutaste la lectura de esos versos.
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