Ojalá mis cartas se hundieran en el mar,
que las olas borraran cada "te extraño" escrito,
que el papel se volviera coral o alga lunar
y jamás llegara a tus manos este delito.
Ojalá los versos que lancé como redes
se perdieran en grietas de estaciones antiguas,
que el invierno ocultara mis ansias de verdes
y el viento escondiera mis sílabas lívidas.
Porque temo que leas, tras tanto silencio,
la sangre coagulada en cada metáfora,
y aunque entiendas el llanto de este laberinto,
no te muevas, no vengas, no llames, no llores.
¿Qué sería de mí si descubro un día
que entendiste el temblor de mis "buenos días",
que leíste en el café la sombra de mi adiós,
y aun así elegiste no cruzar este puente?
Prefiero imaginar que mi tinta es humo,
que tus ojos jamás descifraron este lomo
de poemas torcidos como clavos en muros,
donde escribí tu nombre mil veces, segura
de que estabas sordomuda ante mi escritura.
Pero si acaso viste, tras cada palabra,
el mapa de mis venas abiertas en llamas,
si escuchaste el temblor de mi "¿dónde estás?",
y seguiste de largo sin volver la cara…
Entonces no soy nada: ni voz ni silencio,
solo un eco sin dueño en cuartos vacíos,
un reloj que repite horas de desconsuelo
marcando tu nombre en cada latido.
Guardé cada "tal vez" en sobres sellados,
cartas que el tiempo pudrió bajo el colchón.
Las fechas se borraron, los sellos quebraron,
pero tu ausencia intacta vive en cada rincón.
Escribí en el reverso de las facturas viejas,
en servilletas manchadas de café y desvelo.
Cada línea un hilo roto de esta madeja
que tejí con paciencia de araña en el hielo.
Inventé un alfabeto de lunas y heridas,
un idioma de ausencias para nombrarte.
Pero si lo descifras y no me respondes,
¿de qué sirve este idioma que solo me encierra?
Quemé las primeras hojas en agosto,
el humo dibujó tu rostro en el aire.
Luego lloré al ver que el fuego era injusto:
ni el calor lograba hacerte volver.
Envié una postal desde un pueblo sin nombre,
con un sello equivocado y dirección vaga.
Soñé que la encontrabas en algún sobre
y corrías a abrirla con manos de agua.
Pero el cartero me devolvió el paquete:
"Destinatario ausente", dice el rótulo en rojo.
Y yo, que firmé las cartas sin remite,
ahora colecciono ecos de mi propio enojo.
Monté una obra donde tú eras el drama,
los actores leían mis versos en escena.
El público aplaudía la quimera inflamada,
y yo tras bambalinas, mordía mis venas.
Al final de la función, una mujer me dijo:
"¡Qué personaje intenso el que ha creado!".
Asentí, seca el alma, rota el habla,
pensando que por ti yo había inspirado.
¿Cómo explicar que cada diálogo roto
era un fragmento exacto de nuestra historia?
Que el telón de terciopelo, el llanto devoto,
eran restos de un naufragio sin memoria.
Dejé de escribirte en marzo pasado,
cuando el médico dijo que el pecho no aguanta
tanta metáfora triste, tanto verso ahogado.
Ahora uso palabras vacías, palabras de plantilla,
y guardo las verdades bajo siete candados.
Pero anoche soñé que leías mis libros,
que subrayabas frases con tinta morada.
Al despertar, busqué en todos los espejos
huellas de tu mirada recién enamorada.
Solo hallé el reflejo de mi propia derrota:
la biblioteca llena de obras que no lees,
el tintero seco, la pluma idiota
repitiendo tu nombre en papeles sin dueño.
Hay un café en Lisboa donde dejé un poema
pegado bajo el plato de tu desayuno.
Viajé hasta Praga para grabar en la arena
del río Moldava un "¿dónde estuviste, lunático?".
En Tokio solté globos con versos kanji,
en Buenos Aires grité tus apellidos.
Ninguna respuesta, solo pájaros sucios
que picotean migas de mis desvaríos.
Regresé al pueblo donde inventé tu risa,
al banco del parque donde te dibujé.
Las letras en la madera ya están gastadas,
y alguien escribió encima: "Jamás volveré".
Ahora camino calles de ciudades muertas
donde cada cartel repite tu nombre.
Los buzones están llenos de mis ofertas,
y el viento me devuelve versos sin monte.
Si este poema llega a tus manos algún día,
quémalo sin piedad, no descifres su clave.
Miente y di que el fuego te hizo justicia,
que nunca entendiste mi lenguaje de ave.
Porque prefiero mil veces tu ignorancia
que saber que leíste hasta el fondo del pozo
y elegiste quedarte en la superficie,
mientras yo me ahogaba en este abismo absurdo.
Deja que los ratones muerdan mis frases,
que la humedad pudra este "te necesito".
Juro aprender a borrar todas mis huellas
y fingir que nunca supe escribirte.
Pero mientras respire, habrá un verso clandestino,
una coma escondida tras la contraportada,
donde sigo gritando con tinta y destino:
"Ojalá no hayas leído... pero por favor, regresa".
Hay un museo en mi pecho que nadie visita:
galerías de "casi", salas de "quizás".
Estatuas de instantes donde casi me miras,
y un reloj detenido en el "tal vez".
En el ala este guardo los besos no dados,
momificados en ámbar de sueño y temor.
En el sótano, duermen los "te he esperado"
bajo luces opacas de frío sudor.
La entrada es un verso que nunca escribí,
el pasillo, un suspiro partido en mil trozos.
Cierro los domingos, no hay guía que siga
este recorrido de amores feroces.
Pronostican tormentas donde antes hubo sol,
mi corazón es mapa de frentes borrados.
Los satélites muestran tu nombre en el norte,
y yo aquí, acumulando nubes en el pasado.
El barómetro marca "desesperación",
la lluvia escribe versos en el parabrisas.
Cada gota repite tu vieja canción,
y el viento me susurra: "Ella no te precisa".
Envío señales de humo con forma de tu rostro,
los aviones las ven, pero no las reportan.
Dicen que en la ciudad hay un cielo de óxido,
donde las estrellas mueren apenas asoman.
Excavo en el jardín de mi primer invierno,
desenterrando fósiles de lo que pudo ser:
un anillo de lata, poemas en cuadernos,
y un "te quiero" enterrado tras el ayer.
Los arqueólogos niegan el valor del hallazgo,
dicen que son escombros de un amor naive.
Pero yo sé que bajo capas de lenguaje
yace el esqueleto de lo que fue vivir.
Clasifico los restos con etiquetas grises:
"Frustración, lote 23", "Duda, caja 10".
El museo del mundo quiere mis sonrisas,
pero yo solo exhibo lo que ya no tienes.
Mis células almacenan memoria de ti,
cada división guarda un fragmento inútil.
El ADN repite errores de un script
donde tú eras final y yo solo un prólogo.
Los glóbulos blancos atacan mis versos,
defensas contra el virus de tu indiferencia.
El cerebro fabrica endorfinas perversas
cada vez que el teléfono rompe la ausencia.
Soy un organismo adaptado al rechazo,
mis órganos son libros que nadie hojea.
La evolución me hizo maestro del disfraz:
aprendí a ser isla en tu mar de ideas.
En universos paralelos, tú me lees,
respondes cada carta, descifras mis números.
Allá, tu voz no huye cuando amanece,
y mis versos no son epitafios oscuros.
Pero en este sistema de coordenadas tristes,
la gravedad me arrastra a hoyos negros.
Las leyes de Newton aquí no asisten:
por más que te empujo, no reduces mi hueco.
Experimento con partículas de fe,
colisiono esperanzas en el acelerador.
Los resultados muestran que la realidad
es un agujero de gusano sin amor.
Si algún día la ciencia logra comprobar
que el amor no leído genera universos,
sabré que mis palabras, al desintegrar,
crearon galaxias de adioses dispersos.
Y tal vez, en un planeta de papel y llanto,
dos seres se abrazan bajo un sol de tinta.
Ellos sí entenderán este idioma tanto,
y en su noche no habrá postal sin respuesta.
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Autor:
El Axis De Los Versos (
Offline)
- Publicado: 5 de mayo de 2025 a las 20:35
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 13
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