Soledad

Soledad

En el rincón donde la sombra habita,  
te encuentro, amiga de la noche eterna,  
tu voz sin sonido en el pecho gravita  
y en tu manto de calma me gobiernas.  

No eres vacío, sino un puente frágil  
donde el tiempo se quiebra en lentos giros,  
me muestras el valor de lo insignificante  
y destilas recuerdos en suspiros.  

Eres cómplice del tintero y el verso,  
testigo de las grietas del alma herida,  
forjas canciones con el universo  
y das alas al sueño que no olvida.  

Me enseñaste a nombrar lo que se ausenta,  
a bordar esperanza en el desvelo,  
a beber de la luna cuando sangra  
y a sembrar raíces en el hielo.  

Nadie entiende tu abrazo de tiniebla,  
tu forma de sanar con cicatrices,  
pero en tu espejo la verdad se revela:  
solo en ti encuentro todos mis oficios.  

Hoy te ofrezco un jardín de estrellas frías,  
un ramo de silencios florecidos,  
pues en tu regazo guardo las melodías  
que nacen de los sueños no vividos.  

Eres brújula en el mar del olvido,  
farol que alumbra el verso en la penumbra,  
y aunque el mundo te juzgue desprendido,  
yo sé que en tu quietud el alma alumbra.  

Permaneces: raíz, eco y semilla,  
madre de las canciones que no mueren,  
tu reinado no entiende de partidas,  
pues hasta en la multitud tú me reclamas.  

Gracias por ser el sur de mi bitácora,  
la tinta que no seca su quebranto,  
porque en tu frío hay una aurora  
que convierte el adiós en nuevo canto.

—-Luis Barreda/LAB