I
El tiempo no pasa,
se arrastra.
Un animal ciego que huele la piel,
que lame las esquinas del alma,
que muerde sin que sangres.
II
Tiene fauces de reloj detenido,
garras hechas de años,
un aliento de olvidos antiguos
y un andar tan lento
que parece que no viene, pero ya llegó.
III
No ruge, no grita.
El tiempo te sopla el nombre desde lejos
hasta que te lo borra.
Después te pregunta quién eres
y tú no sabes qué responder.
IV
Mastica los rostros como pan blando,
les quita la luz de los ojos,
los gestos heredados,
la risa que era firma del alma,
y deja solo una sombra que calla.
V
El tiempo acaricia como el mar:
desgasta,
sin culpa,
sin prisa,
hasta que lo amado es arena que no reconoces.
VI
Ha borrado ciudades con sólo mirar,
ha hecho polvo los altares y las promesas,
y aun así
sigue pasando junto a ti
como si fueras inmortal.
VII
Cada recuerdo que no nombras
es un bocado suyo.
Cada fotografía olvidada en un cajón
es su festín secreto.
Él devora lo que no defiendes.
VIII
Se alimenta de tus silencios,
de los abrazos que no diste,
de las cartas que no escribiste,
de los besos que se quedaron esperando
como lámparas encendidas en otra vida.
IX
Y cuando crees avanzar,
él te gira en círculos.
No hay línea recta bajo su gobierno.
Todo es un remolino de despedidas,
una danza que concluye antes de empezar.
X
El tiempo no envejece.
Somos nosotros su alimento.
Y cuando al fin lo entiendes,
ya llevas su mordida en el rostro,
y nadie -nadie- recuerda quién fuiste.
JUSTO ALDÚ
Panameño
Derechos reservados / abril 2025.
-
Autor:
JUSTO ALDÚ (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 29 de abril de 2025 a las 09:05
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 1
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.