Gorrión herido del alba

RICARDO V

Hoy me asomé a mi ventana

y contemplé mi jardín

que dormido en la mañana,

con sus ojos por abrir,

al albor reverenciaba

con amago de lucir.

 

Dejé libre la mirada

impaciente en conseguir

lograr ver el panorama

que se mostraba ante mí,

nuevo día de esperanza,

bello día por vivir.

 

El tiempo se demoraba

en un minuto sin fin

y contemplé en una rama

un gorrión de edad pueril

que en silencio me observaba

pareciendo sonreír.

 

Con interés me fijaba

en su estampa desde allí,

inmóvil, quieto en su rama

como expectante de oír

los ecos de la mañana,

una mañana de abril.

 

No moví ni una pestaña

previniendo hacerlo huir,

evitando una espantada

que con mirarlo temí,

figurándome que estaba

como dueño del jardín.

 

Sorpresa la que me daba

cuando volando le vi,

abriendo sus cortas alas

en amago de partir,

pero vino a mi ventana

manteniendo el sonreír.

 

Con mi mano lo alcanzaba

si ese hubiera sido el fin,

pero yo me emocionaba

en intento de impedir

que el pequeño se asustara

y abandonara el pretil.

 

Me miraba y lo miraba

intentando descubrir

qué era aquello que nos daba

la confianza en proseguir

acercando nuestras almas

sin palabras que decir.

 

Le ofrecí mi mano clara

como abierta al porvenir

y a pesar que me temblaba

con firmeza la tendí,

por si a mi gorrión le daba

por atreverse a subir.

 

No dudó ni una migaja

y con un salto infantil

se posó sobre mi palma

como si viviera allí;

él tranquilo, yo sudaba,

no paró de sonreír.

 

Era dulce la mañana

con rocío en el jardín,

las violetas despertaban

y comenzaban a abrir

y yo puesto en mi ventana

me sentía hombre feliz.

 

No sé bien lo que buscaba

acercándose hasta mí,

quizás fuera un joven hada

venido de algún confín

y que quiere ver si mi alma

es alma amiga o es ruin.

 

Mi gorrión quería calma,

tal vez fatigado de ir

huyendo de rama en rama

y a los hombres eludir,

quizás se quedó sin casa,

quizás se vino a dormir.

 

Y en el hueco de mi palma

a sus plumas puso a henchir

y con saltitos de nada

acomodo buscó allí,

un nido se fabricaba,

eso me pareció a mí.

 

Y el pobre gorrión del alba

dejó a su cuerpo morir

porque ya no soportaba

el tormento de sufrir

que le provocó una bala

de algún mísero infeliz.

 

Ahora sé lo que buscaba,

vino a mí para morir

porque sabía que mi alma

de su espíritu era afín

y hasta mi mano lloraba

la aflicción que padecí.

 

Bajé lenta la ventana,

sin ruido para no oír

sollozar a la mañana

que con un pesar sin fin

despidió a quien le dejaba

un vacío en el jardín.

 

Salí presto de la casa

y al jardín me dirigí

y en una esquina guardada

excavé una fosa allí

y le conformé una cama

con un poco de serrín.

 

Dejé su cuerpo con pausa

para ayudarle a dormir

el sueño que nunca acaba,

vida que no ha de seguir,

y al tiempo que lo enterraba

se apagó su sonreír.

 

Y aquí estoy con pena amarga

despidiendo su existir

pero siempre será su alma

compañera en mi sentir

y su recuerdo en mi palma

será una parte de mí.

 

Gorrión herido del alba

qué triste verte partir

en las duras circunstancias

que acortaron tu vivir

y regreso a mi ventana

asomado a mi jardín.

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Comentarios +

Comentarios1

  • EmilianoDR

    Bajé lenta la ventana,
    sin ruido para no oír
    sollozar a la mañana
    que con un pesar sin fin
    despidió a quien le dejaba
    un vacío en el jardín.

    Ricardo, es triste ver morir cualquier ave, es que el ellas muera lago dentro de nosotros, se apaga una luz y sangra el alma.
    Saludos y aplausos amigo.

    • RICARDO V

      Un triste cuento para activar conciencias. Gracias por pasarte amigo Emiliano.



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