Hoy me asomé a mi ventana
y contemplé mi jardín
que dormido en la mañana,
con sus ojos por abrir,
al albor reverenciaba
con amago de lucir.
Dejé libre la mirada
impaciente en conseguir
lograr ver el panorama
que se mostraba ante mí,
nuevo día de esperanza,
bello día por vivir.
El tiempo se demoraba
en un minuto sin fin
y contemplé en una rama
un gorrión de edad pueril
que en silencio me observaba
pareciendo sonreír.
Con interés me fijaba
en su estampa desde allí,
inmóvil, quieto en su rama
como expectante de oír
los ecos de la mañana,
una mañana de abril.
No moví ni una pestaña
previniendo hacerlo huir,
evitando una espantada
que con mirarlo temí,
figurándome que estaba
como dueño del jardín.
Sorpresa la que me daba
cuando volando le vi,
abriendo sus cortas alas
en amago de partir,
pero vino a mi ventana
manteniendo el sonreír.
Con mi mano lo alcanzaba
si ese hubiera sido el fin,
pero yo me emocionaba
en intento de impedir
que el pequeño se asustara
y abandonara el pretil.
Me miraba y lo miraba
intentando descubrir
qué era aquello que nos daba
la confianza en proseguir
acercando nuestras almas
sin palabras que decir.
Le ofrecí mi mano clara
como abierta al porvenir
y a pesar que me temblaba
con firmeza la tendí,
por si a mi gorrión le daba
por atreverse a subir.
No dudó ni una migaja
y con un salto infantil
se posó sobre mi palma
como si viviera allí;
él tranquilo, yo sudaba,
no paró de sonreír.
Era dulce la mañana
con rocío en el jardín,
las violetas despertaban
y comenzaban a abrir
y yo puesto en mi ventana
me sentía hombre feliz.
No sé bien lo que buscaba
acercándose hasta mí,
quizás fuera un joven hada
venido de algún confín
y que quiere ver si mi alma
es alma amiga o es ruin.
Mi gorrión quería calma,
tal vez fatigado de ir
huyendo de rama en rama
y a los hombres eludir,
quizás se quedó sin casa,
quizás se vino a dormir.
Y en el hueco de mi palma
a sus plumas puso a henchir
y con saltitos de nada
acomodo buscó allí,
un nido se fabricaba,
eso me pareció a mí.
Y el pobre gorrión del alba
dejó a su cuerpo morir
porque ya no soportaba
el tormento de sufrir
que le provocó una bala
de algún mísero infeliz.
Ahora sé lo que buscaba,
vino a mí para morir
porque sabía que mi alma
de su espíritu era afín
y hasta mi mano lloraba
la aflicción que padecí.
Bajé lenta la ventana,
sin ruido para no oír
sollozar a la mañana
que con un pesar sin fin
despidió a quien le dejaba
un vacío en el jardín.
Salí presto de la casa
y al jardín me dirigí
y en una esquina guardada
excavé una fosa allí
y le conformé una cama
con un poco de serrín.
Dejé su cuerpo con pausa
para ayudarle a dormir
el sueño que nunca acaba,
vida que no ha de seguir,
y al tiempo que lo enterraba
se apagó su sonreír.
Y aquí estoy con pena amarga
despidiendo su existir
pero siempre será su alma
compañera en mi sentir
y su recuerdo en mi palma
será una parte de mí.
Gorrión herido del alba
qué triste verte partir
en las duras circunstancias
que acortaron tu vivir
y regreso a mi ventana
asomado a mi jardín.
-
Autor:
RICARDO V (
Offline)
- Publicado: 28 de abril de 2025 a las 10:06
- Categoría: Fábula
- Lecturas: 7
- Usuarios favoritos de este poema: EmilianoDR, alicia perez hernandez
Comentarios1
Bajé lenta la ventana,
sin ruido para no oír
sollozar a la mañana
que con un pesar sin fin
despidió a quien le dejaba
un vacío en el jardín.
Ricardo, es triste ver morir cualquier ave, es que el ellas muera lago dentro de nosotros, se apaga una luz y sangra el alma.
Saludos y aplausos amigo.
Un triste cuento para activar conciencias. Gracias por pasarte amigo Emiliano.
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.