Crónica de un muerto viviente

Rosendo Ruiz

Los toscos ruidos del cuarto me despiertan

de mi trance voluntario para no dormirme.

El ruidoso silencio del diablo y su aliento

me infectan cuando escucho el último suspiro,

no de él, sino del muerto vivo que resguardo

hasta que se canse de vivir en este infierno.

 

Yace en la cama de dos plazas la ofrenda.

Su anoréxico cuerpo se acuesta como bebé,

pues no quiere ver quien se gana su alma

y descompone su cuerpo abandonado,

sintiendo la envidia de hijos y hermanos,

escuchando los negocios profanos de ellos.

 

Quién se come su corazón de cenizas,

quién se queda con sus bienes terrenales,

quién se acuesta al lado de su esqueleto,

quién le agarra la mano, no para besarla,

sino para firmar el testamento de favores

y decirle: "Gracias por perecer tan tarde".

 

Mi papel en este teatro es acompañar

sus últimos meses de lúcida estadía

en el mundo de miserables y pobres

que en su augurio esperan su caída.

Ser un último hijo de su fuerte adiós,

el hijo que nace cuando llega la muerte.

 

La muerte que llega en jinete quebradizo,

dando aviso de su llegada inminente.

El que reclama con pena lo que es suyo,

con pena porque la gente muere antes.

Antes de que su corazón pare de latir.

Antes de que su alma tenga su fin.

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Comentarios +

Comentarios1

  • ElidethAbreu

    Gracias poeta Rosendo.
    Hermosas letras.
    Abrazos.



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