La Subespecie Involuntiva

La Subespecie Involuntiva 

Somos apenas un balbuceo evolutivo,
una chispa fugaz en el abismo de los siglos.
Cantamos odas a nuestra brillantez
mientras seguimos matándonos
por migajas de polvo y soberbia.

Si un dios más lúcido cruzara este rincón infame,
nos pasaría de largo,
como quien esquiva el hedor de una cloaca abierta.

Construimos telescopios,
pero no vemos más allá de nuestras propias limitaciones.
Desciframos genes,
y aún seguimos encadenados a miedos primitivos
y egos adiosados.

¿Y si alguna inteligencia —auténtica, despiadadamente más adelantada—
posara sus ojos sobre nosotros?
¿Qué vería?
¿Un destello prometedor?
¿O solo un arrabal de tercera,
hecho de arrogancia y lamentos?

Tal vez ya nos miraron.
Tal vez concluyeron que aquí, en esta jaula azul,
solo prosperan la violencia y la estupidez.

Tal vez su silencio no sea desdén, ni desprecio:
sino compasión...
la compasión de quien ve en nosotros
apenas un bocado extraviado en su cadena evolutiva,
una subespecie involuntiva.

La misma compasión
que uno siente ante un simio
condenado a no aprender a hablar.