Canto a la muerte callada

Envejecemos, sí, sin un gran estruendo, no por los años, ni por el tiempo que nos lleva y marea sino porque en nuestro cuerpo viviendo hay
miles de células mueriendo sin dar lamento.

Pequeñas vidas que en la piel habitan, trabajan, sueñan y luego se quitan como estrellas que un día titilan,
y al siguiente ya no nos gritan.

Somos un pueblo bajo la piel,
millones de almas, un mismo laurel.

Pero el tiempo pasa como un pincel y borra una a una su luz de papel.

No hay truenos, guerras, ni gran derrota, solo una danza, lenta y devota.

Una célula cae, otra se agota,
y el cuerpo envejece sin que lo nota.

No envejecemos por viejo ser,
sino por vidas que dejan de hacer.

La piel no sé arruga por no querer, sino porque adentro todo empieza a ceder.

Así somos, fugaz multicolor,
construidos de vida, muerte y dolor.

Y al final, cuando cesa el tambor, envejecemos... por puro amor.

Un canto a la muerte lenta de la multitud"

Envejecemos, sí, pero no por el capricho de los años,
sino por la callada renuncia de millones de pequeñas vidas que habitan en nosotros.

Cada célula es un sol diminuto, una promesa de energía y orden y sin embargo, una a una, van apagándose como luciérnagas que deciden no volver al cielo de la piel.

Somos multitudes un enjambre de existencia
y en cada respiro, una célula se despide en cada mirada que se alarga al horizonte,
alguna decide que su tarea ha concluido.

Envejecemos porque la eternidad no sé construye
con ladrillos que se agrietan al tacto del tiempo.

Porque dentro de nosotros,
la muerte no llega con un rugido, sino con el susurro de una célula que se sienta a descansar.

Y así vamos, no por el peso de los años, sino por la ausencia de aquellos millones de células que una vez lucharon por sostenernos.


Mael Lorens
Abril 2025