No suelo confesarme,
salvo cuando estoy perdido,
cuando el alma me pesa más que la piel
y el silencio es un eco sostenido.
Es entonces cuando le hablo
a mi asesino sin rostro,
y le digo que dispare,
que la razón ya no me sirve,
que la ha carcomido su sonrisa,
que sus miradas han erosionado
las murallas de mi juicio.
Mi corazón ya no me pertenece.
Late por inercia, por memoria,
por un nombre que no digo
pero que vive en cada sombra,
en cada aroma que me embriaga
sin fórmula ni esencia,
y que me recuerda
voces que nunca escuché,
pero que arden como verdad.
Ella —mi asesina—
caminando en círculos a mi alrededor,
entregándome muerte en pequeñas dosis,
como si el amor fuera un veneno
destilado gota a gota
en la herida abierta de mi existencia.
A ella le ofrecí mi cordura,
mi tesoro más frágil,
solo para tener el derecho
de pensarla unos segundos más.
¿Soy tonto?
Quizá.
Pero dime tú,
si existe una forma más dulce
y trágica
de morir lentamente.
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Autor:
A.Z. Santhiago (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 23 de abril de 2025 a las 20:39
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 10
- Usuarios favoritos de este poema: JavierManjarres, alicia perez hernandez, ElidethAbreu, JAGC
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