Orquestación de la Desazonada Existencia

Ivette Urroz

La existencia labrada de musicalidad palidece su sentido

memorístico, atrapado en un campanil de despunte facetado;

se transmuta en un devenir eterno de chispa metatarso.

Una carátula bautizada en la motilidad de la muerte, son

avideces mal vividas en peroles de reuma retumbante, como

un compás trajeado, suave y lento de aprensión.

Viveza patronal, peinada por la mano de la nerítica lanceta,

brava, avariciosa de insípida locución.

Luces de melanina internacional llagan su

desazonada huerfanidad en la sal de la inconciencia;

un corcel indisoluble crepita cremoso en el cerro del Yagual.

Y todo capta en la taberna forajida como una aleonada melodía,

con firmeza atemporal que espanta el marrón de la vida adyacente.

Mojarras de la misma palabra que llama a su verdugo retoñar

arcaísmos, siente llorarlo todo con brújulas desanimadas, tontas,

que se hunden en la malicia de la nada.

Alforza, como acertijos de linajes voladores, son algas

reclamando el vacío incorrecto.

¡Ah, batería del disparate que vigila y mata, callando!

Ivette Mendoza Fajardo

 

Cuerdas del Pasado Insurgente

 

El ayer está marcado por huraña culpa,

que se resigna rígida hasta las madrugadas,

o por un océano de intrepidez que sacude,

agitando las persianas de las ingles macilentas.

Se rompen los platos vociferantes del recreo,

que ligaron ataduras con los matasellos narigudos;

se desatan varillas neurológicas de plantas

olvidadizas, olímpicamente ancestrales.

El ordenamiento paranieves flaquea en las cuerdas

del pasado insurgente,

y el puñetazo pretensioso retruca sin ostentación.

Las ruletas de la saciedad concluyen su luz silábica

para su verdadera protección.

La azotea del declive tiene el talón rígido de senderos;

así, no encuentra la fiera solitaria del infinito.

La órbita encapuchada esquiva el corcel del eclipse y

se muere al caerle el peso de la noche.

Cuna que sangra las raíces de la tierra, como la canoa infiel de la

conciencia y es huérfana en su rebrote y se enrama,

descifrando los signos de la sumisión.

¿Es la corona ominosa del temblor la misma fiebre que alienta

la armadura intransigente de su piel, trillada de encajes jubilatorios?

Ivette Mendoza Fajardo

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