De Flamma et Cinis

Ricardo Castillo.

Lugar sin tiempo,
sin tierra ni asidero,
memoria desmemoriada
de nosotros…

RC

¡Oh, pasado!
Edad del jazmín y la esmeralda,
ciudad rosa, roca
esculpida en los acantilados de la memoria.

Vos, que siempre fuiste llama y nunca cenizas,
¿en dónde mora tu juventud?

Yo, que nací en la dorada hora de la soledad
y ahora muero de auroras,
¿he de perecer para ser, por fin, olvido?

Reminiscentes horas
de la antigua primavera ardiendo en intenso naranja:
rojos y amarillos de la tarde mezclados sobre mi piel.
Quédate con mis palabras no dichas
y con mi sombra estampada en la pared,
porque tuyo es lo que no existe.

Y ahora, heme aquí:
con insomnio intemporal de pórtico y vieja mecedora,
en el crepúsculo triste de la tarde.

Diluido en un recuerdo,
mientras mis labios sedientos buscan el agua,
mi rostro advierte el paso de las horas en el cristal,
y mi piel perece
en los cóncavos pétalos marchitos
de la flor de avispa.

Muy tarde comprendo tu eternidad y tu quietud.
Muy pronto se avecinan las postreras horas del día.

¡Suficiente por hoy!
Dejadme solo,
descansar en el olvido
de los rostros lejanos,
de las voces conocidas.

Ya nada nuevo queda en este lugar.
La pálida mañana será de otro,
de otro será.

Vos, que tenés la dicha
de ser siempre menos
y nunca más,
¡devolveme al olvido!

¡Oh, mi desventura!,
llamando a la puerta
en la hora precisa, inequívoca.

¿Quién es el siniestro mandamás
que me condena a la vigilia?

Decime, hermoso amigo
que estás del otro lado:
¿acaso escuchás mis sollozos?

He sido un hombre amable,
y no fue suficiente.
He tenido quien me ame,
y tampoco fue suficiente.

¿Cuál es mi culpa?
¡Oh, ventura, expúlsame ya de tu morada!

Mi joven compañero,
sé que no vendrás por mí,
que no podré regresar por vos,
pues no podemos pellizcar la piel
de la noche que nos separa.

Vos, que sos eterno,
y yo, aún mortal,
puedo intentar soñarte esta noche.

Vos, que sos etéreo,
y yo, solo carne todavía,
siento tu soplo ígneo
en el aire de esta tarde.

Esta noche, cuando duerma,
¿arderán en tu fuego
mis palabras marchitas
para no pronunciarlas más?

¡Sueño convertido en llamas!,
¿podrás abrir la puerta
y salir de ese cristal de medianoche y media luna —
que es tu eternidad —
para vagar descalzo
por estos campos de espiga?

Ven, querida gran alma,
deslizate por mis antiguas grietas
y el oscuro temblor de mis rodillas,
para ser, sin tiempo,
uno.

Ricardo Castillo

De: Malos poemas (2023)

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