Magdalena

osmosisj



Era presidenta de la oficina

sin bolis ni folios de la esquina.

Era la presidenta de la oficina

de llantos y algunas pasiones,

de desnudas ovaciones,

de tragedias con faldones,

de cuyo nombre no me quiero acordar

diremos Magdalena.

 

La conocí en una noche de luna llena,

licántropo histórico,

verdades a medias,

miradas inciertas,

lágrimas negras.

 

Fue la única ladrona educada,

la única llamada ladrona,

afortunado rico en su poltrona

si le llegara a la horma de sus zapatos,

injustos términos acompasados

por un estribillo absurdo, de arrebato.

 

No quise ser el típico europeo

quejoso apolillado de gran cartera

y amar degollado,

de caminar a su vera,

de sentir varado.

Mas no sería justo mentir,

pues ante la hija del cielo y de la luna

me encontraba,

no sería justo decir

que no la quise seducir,

eso sí, de manera muy educada.

 

Lástima de profesional impoluta,

de expedienten ardiente,

de obligada vida disoluta,

a mi sus intercambios hirientes

sin pagos y sin batuta,

desdibujaron mi escuchar sonriente.

 

El gozar pasó a besar,

el besar pasó a abrazar,

abrazar pasó a escuchar,

escuchar pasó a llorar.

 

Llorar de lágrimas de oro,

invisibles, sin llama ardiente encendedor,

su única pasión verídica

era sangre de su sangre,

anclado, silenciado por amor.

 

No me gustan las sonrisas de payaso

ni el vals mentiroso y ostentoso,

los lamentos de un rico pesaroso

me parecen lamentos caprichosos.

 

A mí me esperaba en la estación

uno de esos trenes

que no saben improvisación.

Pero no podía dejarla

entre la espada y la pared,

todo lo que quería, salvo amarla,

le ofrecí sin pensarlo una vez.

 

Todo, a cambio nada,

solo la promesa de comer,

de dejarme recordar su mirada

y de no ofrecerme volver.

 

Y qué respondió ella,

maldita dignidad, pero que bella,

su profesión dijo no era aquella,

de recibir limosnas de plebeya,

de sentirse encaramada a una estrella,

de ganar sin recurso una querella.

 

Se despidió a la cubana,

me despedí a la española,

recuerdo esa luz marchita que emana,

ese mar sin mareas, sin olas,

y guardando mis honestas peticiones,

mis sonetos rotos, las canciones,

me dirigí más desnudo hacia otra tierra.

  • Autor: Vicente Ferrer (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 22 de octubre de 2010 a las 12:35
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 945
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Comentarios1

  • ChefsitoLove

    que lecturra muy buena nos dejas amigo mio muy buenas letras 😀



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