¿Por qué empiezo?

Alberto Escobar

 

Un libro no debe pensar
por ti, debe hacerte
pensar. 

—Harper Lee. 

 

 

¿Por qué palabra empiezo,
por libro o por pensar?
Voy a empezar pensando, 
voy a dejarme llevar, ser, 
existir, y si existiendo llego
a concebir concebiré, crearé
un universo alternativo, vivo,
un metaverso que decorar
a mi gusto, sin intermediarios,
sin poderes públicos que impongan
su palabra sobre la mía, no, 
ni hablar del peluquín, donde
la ley sea la que nazca de mi carne,
de mi circunstancia, de mi estado, 
mi único estado, el estado de ánimo.
Sigo, en segundas, con libro, libreo
las horas esperando una frase enérgica,
una que me saque del sopor de dentro, 
del marasmo de lo que se espera y ocurre
—no maldigo a la monotonía aunque parezca,
no, porque hace tiempo que comprendí
que es necesaria, la trama sobre la que inventar
un relato, un por qué en este mundo—.
El libro como tabla de salvación, como un madero
que surge a tiempo de proclamarse el ahogamiento
en un mar de aceite e, in extremis, se disuelve,
se deshace el sueño que como cuenca abrazaba 
esa posibilidad remota de desahucio, de desamparo. 
El libro como fuente y como caudal, como caz andalusí
que conduce las aguas nutrientes desde donde surgen
hacia donde son bebidas, sintetizadas en lo más hondo,
aprovechadas para sustento, tomateras, alcahuciles...
 Vuelvo a la palabra pensar, por variar.
Acaba de llegar Adolfo del trabajo, parece exhausto,
asqueado de tanto cemento, como si una especie de regusto
amargo abarrotara cada papila, cada narina, cada sentencia. 
No le digo nada, le dejo estar, le dejo asearse, le dejo reasirse
a su cuna, le dejo volver a la calma de un no hacer nada, nadar
entre quehaceres mundanos y solaparse de inconsciencia
entre almohada y almohada, untarse en mantequilla y soñar
que existe un mundo aparte, donde todavía quedan manzanas
de la discordia y serpientes que te incitan al pecado, a la rabia. 
Prefiero no pensar ahora, pongo las noticias. 
Vuelvo, o quiero volver, a la síntesis del principio, a la poesía
que inició este escrito y que, a medida que se desmadeja, va 
cediendo su condición poética a una diferente, a una prosa zafia, 
que pretende ser bella aunque no llega, quedándome en una tierra 
de nadie que me da vértigo, me sinrazona de tal modo que se me
inunda de horfandad la existencia de este momento, la que ahora vivo. 
 Voy terminando, no me gusta ser pesado aunque acabo siéndolo, 
acabo no venciendo la tentación de la tautología, del pleonasmo, 
de la hipérbole mal diseñada, o de la metáfora que no se compadece
con su definición técnica, métrica o retórica, vete a saber cuál...
Aquí fallezco por hoy. Mañana espero resucitación exprés. Tengo
que trabajar, no me viene bien morir hoy, esperan unas facturas...

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