Apología de un poema

En el fulgor de la noche, cuando la luna brilla,

se despiertan los pensamientos con la mente fría,

un torbellino de emociones, una amalgama de vida,

donde la luz y la sombra entrelazan su danza.

La luz primigenia, regalo del albedrío divino,

se derrama sobre mí en la noche etérea,

donde la frustración y la rabia se encuentran,

en un tiempo incierto, en un espacio sin fin.

Desde las sombras, donde las palabras se esconden,

surge el hombre que escribe, en busca de su destino,

un escritor amateur, invisible ante el espectador,

que decide crecer, en la penumbra del dolor.

Pero es pronto, las horas pasan y la inspiración falta,

las ideas se desvanecen, sin esencia ni alma,

concebir un sintagma sería, una apología de tiempos,

partir en dos miradas, en el encuentro de sus ojos.

Un amor de fantasía, un sentimiento irreal,

produce un valor sólido, en la mano del poeta,

germina aquel pensar, sin mezclar su vida,

sino una prefabricada, con sabores plásticos.

Las sombras evocan palabras, una me abraza,

y me susurra al oído que me ama, la llamé Soledad,

brinda aquello que falta a mi poema, cuerpo y alma,

y así nace un viaje hacia el mensaje, lleno de añoranza.

Los versos surgen, latidos llenos de recuerdos,

inspiración para la memoria, enfrento ilusiones,

las hago realidad, en este viaje sin fin,

y me pregunto, ¿nacen las palabras del hombre,

o el hombre de sus experiencias y vivencias, nace el poeta?