La cuestión homérica

Vicente Martín Martín

De Homero se ha sabido

que enseñaba a volar a las tortugas

y era el sastre oficial en las tragedias de Eurípides,

pero nadie ha contado que pasado algún tiempo

y aburrido en Esmirna

se inventó a los arqueros y a los barcos que iban más allá

de las islas fluviales

y más tarde

cuando tuvo delante de sus ojos la vorágine inmensa

de los patios troyanos se inventó

a los dioses.

Fueron otros después quienes mancharon su nombre con aquello

de la cuestión homérica,

fueron otros después los que engendraron jasones y argonautas

y tiñeron los mares con la sangre del carnero de oro,

una vulgaridad, porque los dioses de Homero

eran dioses a medias,

dioses acostumbrados a la lucha de clase y a los himnos de guerra,

dioses como dios manda,

vengativos,

mortales,

pendencieros

dispuestos a embriagarse con el vino pisado por sus hijas,

dioses de perra chica y carne flaca,

dioses espiriformes,

bienhablados,

lo que se dice dioses dispuestos a ganarse la vida

y hacer bien su trabajo.

Son los dioses de Homero.

 

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