Salir Sola

Manu Gros

Me desato desde la alcoba de mi atrapasueños hacia cualquier rutina, me separa de llegar un frío, equivoco camino construido por manos obreras. Volar sería más fácil, coger vuelo. Ser nube y agitar los brazos al caer de una azotea sería más sencillo que ofrecerse a las calles de cualquier rutina. Salir sin rumbo sugiere tantas, he olvidado ¡cuántas veces! darle la espalda al mundo y la cara a las siluetas que me persiguen por otro callejón sin salida. 

 

Me llamo Grettel, le partí el vientre a madre hace 16 años, ahora le dejo pedacitos de corazón en las esquinas porque el hombre ha aprendido a desvanecer entre su mala voluntad mis huellas. Ahora firmo con la sangre que produzco en llanto cada mes, y bajo la luz le guardo un pergamino de consuelo, por si la tierra en mi lugar, le devuelve una desgracia. Ojalá y vuelvas a abrazarme completa.

 

Salgo sola, como la noche de su luna oculta, como sintiéndome desnuda, silenciosa, encaminada al eterno cuerpo frío, a fundirme sobre la tumba de otras tantas y bajo las flores de mi madre, la única persona descalza que todavía suda tormentas del nudo en su garganta, para tragar los lagos de sus ojeras y cantarme dónde está mi niña, duermaseme ya, porque vino el coco y no te puedo hallar. 

 

Me nombra tu mano dura, frágil flor al arrancarme de la calle que pasaba, y yo me absorbo, delgada brisa, para bailar en el silencio, en la esperanza entonces del camino a casa… pesada, abierta, cazada… por el capricho de una penumbra en su mirada que me acecha, que me encasilla cada que doblo la esquina, y digo adiós a los rieles que arrastro para alcanzar el último velero antes de zarpar. Se marchita mi fé en el pueblo y comienzo a creer en la única no humana que pueda tragarme para salir de ahí. Qué tarde para ser piedra y desbordarse por el acantilado. La áspera sombra cruza de nuevo su mirada y el semáforo como siempre me habla en rojo. 

 

No quiero, por tarde que sea, sentir que he salido en mal momento, cuando se escondan las luciérnagas, también pérdidas, bajo las puertas de una cuadra que no encuentro. No quiero que mi falda sea causa de aflorar el dilema, que despierte auto conspirante el olfato de los perros que le gruñen a mi muerte frente a una escuela. Mi sociedad se procrea en el abono y el abono que recibe es sólo un lúgubre consuelo por sus mares trágicas. 

 

Quiero dormir en casa, que el torrente no sustraiga el último brillo al fondo de mis ojos, que madre me castigue por llegar sin ropa a altas horas de la madrugada, darle un beso y que sus gritos me devuelvan los sueños al dormir, al dormir, si es que no he muerto.

 

Me llamas, uno, dos… no puedo, sudar el miedo más despacio, tres, cuatro… ¿será esta noche o pude la perversidad del hombre aguardar hasta mañana? En cada posición del sol y en sumo cuando ausente, a los cumpleaños despoja de la risa y en el alma les cose un silencio delirante. Las ramas de él soy mi yo misma, sus ruidos pasan luz penumbra desde el sexo hasta mi boca y nos alcanza incluso el desvelo venenoso más callado. Ahora, que de angustias mi cuerpo se derrite, purgo en mí una casa hueca para nunca más volver a sentir. 

 

Otro vagón de tren, el río podrido, un barranco sepultado por las vías de desarrollo, la calle que pasaba, el trabajo encadenante entre madrugada y noche, la casa segura de la verdad privada de un amigo, en la cátedra del colegio que imparte su vulgar acoso, en cualquier tarde concurrida, por la noche indiferente, debajo y sobre el coche del vecino solidario con su hipocresía, a las 10:00 de la mañana, cuando tenía 12 años y me convenció mi propia rabia de que las mujeres que caminan tenemos libertad y a veces un futuro por delante, vaya conspirante épica incierta. 

 

Abierta, roja toda, me habita la sombra de otro que pasa, silva sin mirarme y le hace un cumplido a la constitución. Escapa, fuego, vete ahora sin arrebatar mi pecho y aborta esta angustia que se me escurre en la parada que me tienes presa. Estoy aquí, estoy aquí… mis lágrimas no pueden ser drenadas por una coladera. Y pierdete niño que no huele ni a un poco de inocencia, dejame salir del doloso ardiente infierno de saberte cerca. ¿Qué en dónde queda ahora, un poco de migas del mundo? Cuando me llamo sola y los lobos ocultaron las huellas que deje para quienes se ahogaran al verme fragmentada. Dónde hablar sin la clausura de mis llagas.

 

El sol se abraza, y la tierra guarda mi silencio hasta que la pureza nazca en un llanto apacible. La muerte que me nombran solo lleva digitos que me recorren a la izquierda, hacia la indiferente esquina donde son números rojos mis hermanas, más bajo la tormenta, siempre sobrevivirá una velita alumbrando lo que quede de nosotras.  

  • Autor: Manu Gros (Offline Offline)
  • Publicado: 16 de febrero de 2024 a las 02:09
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 8
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