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Eres la aljamiada presencia del ocaso, dulce, irreverente, distante, sencilla.

Eres el talismán que querría, la infancia destetada, el beso con amor sin mejilla.

Eres el suave acunar del mar que nunca llega, que sólo desea el zambullir redentor, su caminar en la orilla.

Eres el cálido rehusar de una niña, su bofetada inocente, mi insistencia que desiste, el frío calcular del primer amor.

Eres de raza triste, de humor amable, de abrazo tibio y de cartas sin buzón.

Eres un eco del viento, un eco que traspasa, un eco que me abrasa y me persigue. Un eco que soslaya mis carencias y que besa el negro acusador.

Eres mis ansias y mis anhelos, mi cenicero lleno, y mi caricia triste sin final en la canción.

Déjame que te cuente, que te diga y que te explique: que tu cercanía me rebela mil noches de primavera, abriles que no se van por peteneras y un gusto de amargo guirlache.

Déjame que te cuente, que te diga y que te explique: que me pongo el fracaso por montera, y que en mi dilatada chistera, ya no caben conejos sin tu broche.

Déjame que te cuente, que te diga y que te explique: que eres una hermosa cantarera, que derrama en mi vereda, todas sus lunas sin reproche.

Déjame que te cuente, que te diga y que te explique: que no enarbolo de la ausencia la bandera, ni susurro a las quimeras, si me obsequias con el beso de tu noche.