CUANDO LA TIERRA HUELE A DIOS

Ángel Alberto Cuesta Martín

CUANDO LA TIERRA HUELE A DIOS

 

Mañana, cuando la tierra tenga un aroma a tierra intenso

veré palpitar la vida al amanecer… ¡Divino albor!

Daré a mi jardín las preocupaciones para que en un riego,

transmute en placidez la aflicción que puse en el corazón.

 

Regaré con cuidado aspirando el aroma matinal,

y dejaré que el sol despunte mis impulsos destemplados.

A mi alma libraré de las cadenas de su intimidad

formando nidos en mi retina con los primeros rayos.

 

Cuando cada fragancia me haya conquistado por completo

henchiré de aire mis pulmones con voluptuosa avaricia.

Sin resistencia haré tersa la dura tensión de mis nervios,

tal como un perro abandona su cabeza ante las caricias.

 

La tierra exhalará su peculiar perfume de jazmines,

rosas, violetas, malvas, y una concomitancia de paz

penetrará en mí, como al mar hienden danzando los delfines,

y habrá nueva savia arriando mi subterránea soledad.

 

Mañana, cuando la tierra tenga un aroma a tierra intenso

y la bendición de un bello día haya erguido mi semblante,

te preguntaré, pequeña alma mía, lo que no comprendo…

y decirme pudieras… ¿Por qué no lo habremos hecho antes?

 

¡Ah... los aromas! Cimbran serenidades de mar de calma,

secreto milagro de vida en el dominio del albor,

manifiesto añil que enciende en el alma renovadas llamas.

¡Huele…, que la tierra es el incensario del amor de Dios!

 

Ángel Alberto Cuesta Martín.

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