-Mi Matamoros querido-

Sepulcro Beltran

 

 

"-El tiempo pasa y no perdona, y entre el paso del tiempo y la vida cotidiana ocurren ciertos sucesos, entonces el paso del tiempo sigue su curso y así, esos sucesos se quedan en el pasado, pero, quienes somos realmente nosotros para olvidar? o que se necesita hacer para poder olvidar?-

 

En contadas ocasiones el frió nocturno me recuerda a aquellos días de infancia aislada en los que vivíamos mi familia y yo.

 

Corría el año de 1992, mi padre acababa de ser destacamentado en Matamoros, ciudad fronteriza del estado de Tamaulipas, él era un efectivo de la hoy extinta PJF, y venia huyendo de los desmadres de Sinaloa y Sonora, donde se había metido con personas que realmente no se debía meter.

 

Cuando llegamos a Matamoros, las cosas fueron algo raras, pues la gente no era tan amable con nosotros cómo en otras partes del estado (ya habíamos estado en Reynosa, Miguel Alemán, y Nuevo Laredo), o al menos eso me parecía a mí.

 

A pesar de eso, mi padre rentó una casa en la orilla de la ciudad, a el nunca le gustaron las aglomeraciones con muchas personas, a pesar de vivir algo aislados teníamos de todo, televisión con cable, Nintendo con un montón de cartuchos, también teníamos juguetes, mis tortugas ninja y unos pocos de caballeros del zodiaco, figuras viejas de He-man que a veces comprábamos en las pulgas (tianguis, sobre ruedas, segundas, swap meet, etc) y esos días que salíamos a las pulgas, significaba que nos llevarían a comer pollo frito al Church's Chicken, si la cosa no andaba tan bien, pues nos llevaban al pollo Bonanza o al Buenos Aires, todos esos negocios son de pollo frito tipo KFC, pero con sus respectivas diferencias, y a veces sentados en la mesa, con esos platos de cartón o de unicel con dos piezas de pollo, puré de papa y ensalada de repollo semi dulce, podía ver cómo nos miraba comer el viejo, a veces se salía del restaurante y lo veía fumar y hablar por teléfono con un aparatoso celular, y lo podíamos ver como discutía con la persona del otro lado de la line telefónica.

 

Una de las cosas que más me molestaba es que el viejo no nos dejaba hacer amigos, siempre fue muy desconfiado, pero un día al ir a comprar dulces a la tiendita que estaba en la otra esquina de la casa, conocí a un par de niños, eran, por sus vestimentas, bastante humildes, y los invite a la casa, pensé que mi viejo se iba a enojar, pero extrañamente nos dejó jugar con ellos, mi madre nos daba de comer y lo pasábamos muy bien, a veces, íbamos juntos al Video-Centro que estaba a unas cuadras a rentar películas y mi madre nos preparaba palomitas en la olla, o nos partía naranjas en cuartas partes y les ponía chile en polvo, eran buenos tiempos, la verdad me gustaba mucho pasar tiempo jugando con ellos, eran buenos niños, no diferentes a mí, o al güero (mi otro hermano), un día llega su mama a tocar a la puerta, le dice a mi madre que estaba buscándolos y se los llevo, con la promesa de que más tarde les daría permiso de volver, pero eso nunca paso, pasaron los días, y estos se convirtieron en semanas, y no volvimos a saber de ellos hasta mucho tiempo después, cuando una madrugada llego mi viejo del trabajo, en cuanto llego se asomó al cuarto y nos dio un beso en la frente (algo rarísimo de su parte, él era casi inexpresivo y nunca demostraba sentimientos) salió del cuarto cerrando la puerta y le dijo a mi madre que le hiciera un café, ella le dijo:

 

Mama - “Pues que tienes tu”

 

Viejo - “Te acuerdas de los niños que venían a jugar con el gordo y el Güero?

 

Mama - “Sí, qué pasa con esos niños?”

 

Viejo – “Resulta que desde hace semanas venimos investigando a una peligrosa célula delictiva, éstos cabrones eran seguidores de Adolfo de Jesús Constanzo, el famoso Narco Satánico que asesinaron sus mismos seguidores hace años en la ciudad de México.

 

Anoche en una redada acabamos de capturar a una bola de sus locos seguidores, donde sin poderlo creer, estaba la mama de esos plebes, yo personalmente le pregunte que si que había sido de esos niños, y ella, con una risa tan torcida y maniática en el rostro, me dijo que ya no estaban más en este mundo, que se los había ofrecido en un sacrificio a un tal Moloch, la verdad es que no pude soportar y le di un par de cachetadas, más tarde mande catear su casa, así sin orden.

 

Al llegar a la pequeña casa nos dio el aroma a muerte, a putrefacción, y al entrar lo primero que vimos fue una estatua de un diablo, o algo así, era un hombre con cabeza de toro parecía que era de arcilla o de barro, y a sus pies estaba una gran olla de peltre azul, como en las que preparaba tu madre el pozole (se le empezó a quebrar la voz), con una especie de nata de color negro, parecía una gran costra, y alrededor estaban una enorme cantidad de manchas de sangre y unos restos de huesos de fémur y clavículas de lo que parecía ser el esqueleto de un niño no mayor a 10 años, vieja, el hedor era insoportable, he visto la muerte desde muy joven, asesinatos, ajustes de cuentas, pero esto es otro nivel de maldad”

 

Fue entonces cuando lo vi llorar por primera vez en mi vida, y nunca les dije que escuche todo...

 

A los dos días ya íbamos con rumbo a Monterrey, nunca más regresamos a mi Matamoros querido (musica de Rigo Tovar de fondo)."

 

 

Eternas lunas.

  • Autor: Sepu (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 6 de enero de 2024 a las 08:35
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 10
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