Dolor

Alberto Escobar

 

No es lo que viví,
es lo que recuerdo. 

—parafraseando al genio Márquez. 

 


Dolor. 
Atraviesas el dolor,
lo dejas atrás, que no moleste,
lo miras de frente, trasciendes
sus pétalos oscuros
y te liberas, vuelves a empezar. 
El dolor es maestro, guía, enfría
cualquier brasa 
que salta de la lumbre,
te pone los pies
sobre el camino y lo andas.
Ablandas con tu mano
el erizo que araña su superficie,
pones el dedo en su llaga
y huye cobarde, no aguanta
la fuerza de un iris fiero,
convencido, anheloso, libertario,
y pone pies en polvorosa
y no vuelve, porque solo volverá
a aquel lugar donde se le ha temido.
El dolor es un segundero,
su punzada es aguja, rota,
da vueltas sobre sí mismo
incidiendo en la herida, 
insiste en su insistencia,
ahonda el rojo sanguíneo
de una carne ya cansada
y se para de repente, exhausto,
a reponer fuerzas y continuar
horadando si huyes, si no arriesgas
a encararte, a sujetarle los hombros
y volcarle la fuerza incontenible
de tu voluntad.
Lo tienes dentro, lo sientes
como un recorrerte las venas
para hacerse cargo de tu cuerpo,
cómo un rictus lanzas en su contra,
un globosonda que ose pararlo,
que impida su paseo triunfal 
hacia la capital de tus posesiones,
que tus emociones sean soldados
de tu infranqueable muralla.
Dolor, lago, río que tienes que cruzar,
contaminarte de su agua putrefacta
y gozar, inmaculado, al mirar atrás. 
Que quede en un recuerdo, una muesca, 
una anécdota, escollo, obstáculo salvado. 

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