Ese diciembre...

Alberto Escobar

 

La queja
es una brasa 
que te va quemando
la palma de la mano. 

 

 

 

Era un día muy frío.
El invierno saludaba los cristales empañándolos, de madrugada, de un rocío
denso, como ya antiguo, que se escarchaba contra el paisaje.
Los campos adolecían de letargo, la marmota dormía en la profundidad
de su madriguera y soñaba con flores y agua, y los témpanos mandaban
sobre la fragilidad de las ramas, haciéndolas caer. 
Por la mañana le gustaba abrir las ventanas de par en par, que entrara de lleno
la vida en su habitación y la inundara de un aire nuevo y reconfortante. 
El frío se dejaba notar en las fotografías de encima de su cama, en blanco y negro,
una escena vestida de ropa de antaño sobre un río, una tarde de domingo,
unos aperitivos sobre un mantel blanco, sobre el verdor de la hierba, era diciembre.
Le agrandaba el corazón pararse, por unos minutos, a contemplar la fisonomía 
de la mañana, acertar por la intensidad de la luz contra los chopos qué hora
estaba siendo, planificar qué hacer a lo largo del día y no cumplir casi nada
de lo pensado, cruzar la puerta en pantalón corto para sentir con la profundidad
de una puñalada las agujas de frío sobre la carne, revitalizarse, reflorecer. 
Lo era. 
Diciembre, en esas latitudes, siempre había sido un mes de cisco y brasero,
de recogerse en un salón de mesa de camilla y caldo de pollo, de anécdotas
de cuando la vida merecía la pena, de aquellos tiempos en que la pelota
de fútbol era de un cuero seco, pesado, y la indumentaria hacía daño en las ingles. 
Le gustaba asomarse, decía, porque hoy ya —en este instante en que escribo—
se le puede ver —imaginar— solo en un nicho de una calle de un camposanto,
con una inscripción que hace justicia a quién fue. 
Le engordaba el alma, asimismo, pasear de noche, que los ojos titilasen 
a las incidentes luces de navidad colgando de las calles...
Y oir canciones, al revolver una calle, provenientes de una pequeña concurrencia,
espontánea, cantando y raspando botellas de anís y zambombas, y ofreciendo
alfajores y polvorones con un trago de vino dulce a fin de que —al ser sobras
correosas del año pasado— pudieran pasar de la garganta abajo.
La pulmonía se le impuso al fin y a la postre —antes de nochebuena...

 

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Comentarios2

  • Lualpri

    Gracias por tus letras, poeta.
    Ten un buen día.
    Abrazo.

  • Texi

    Me encantó, sobre todo ver la palabra cisco en tu prosa, de niña alguna vez fui a recoger leñas para hacer ese carbón de leña, para el brasero que se colocaba en la mesa camilla.

    • Alberto Escobar

      Y yo también lo viví de pequeño. Un abrazo guapa,



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