Soy hijo de todos y de nadie,
Soy un brote díscolo que se buscó el sustento.
Mi padre y mi madre fueron invisibles al mundo,
pero crearon mi universo.
Vigilo mis espaldas y mis costados golpeados
Con mirada digna y altiva, en alerta permanente
mientras avanzo por mi camino labrado.
Hay monstruos sin rostro, terroríficos e íntimos,
hay luz cegadora que juega en el sudor de mi frente.
Me pesan los pies, no me dejan abrir sendero,
Son anclas de plomo clavados en la tierra,
Son rémoras crueles y rebeldes,
Víctimas de la pereza, del desánimo y del miedo.
Pero el esfuerzo y la voluntad fiel se imponen,
abren los canales angostos de mi pecho prieto,
ávido de vida y de aire, alimento del aliento.
El campo se abre y las zarzas acechan provocando heridas
Con dolor fugaz que no merece atenciones,
no hay tiempo.
La sangre huye de mis venas y corre entre las espinas,
Se estanca, mancha la piel de mis brazos cansados,
compone un efímero cuadro de lucha y se seca.
El pródigo y transitorio mundo, opulento y ciego,
henchido de caos, de senderos y de lugares evanescentes
me espera receloso y me acoge con condiciones.
Exigente con mis ganas, con mis sudores y mi empeño,
Me desiguala al no olvidarse de mi cuna y de mi parentesco.
Pero Sabe que siendo hueso fungible y carne perecedera,
Que siendo manantial de vida y ciénaga de lloros y fatigas,
Que siendo siervo del caos y del orden
y del azar preso,
Que aunque ya exhausto y agotado
me esfume de este cosmos
¿Transcenderé viajando transformado
a dimensiones nuevas y desconocidas?
Offline)
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.