EL POETA QUE NO SABE ESCRIBIR

Soy una pálida herramienta de un Dios,

que se olvidó que tenía un destino

y me dejó tirado en una calle,

que habitada por los peligros de la noche,

desataron la imaginación feroz.

 

Quebrada mi anatomía provinciana,

aún el mundo lame mis heridas

y seduce mi carne dormida,

que anida en mi pecho,

como una rara criatura

envejecida por el sol.

 

En las tardes,

las nauseas me atormentan como la muerte,

deshilachando mis delirios de poca fe.

 

Siento unos trenes que me invitan

a correr una carrera veloz,

pero los muertos del ayer,

duermen en mi memoria, 

encantados por las palabras quebradas de los llantos,

que me ataron, desde siempre

a la semblanza de un poema,

que nunca logré escribir.

 

Mi poesía está sujeta

a los inquebrantables rumores de la tarde,

donde los ácidos escritores,

derraman su sangre sobre mi ventana,

imparciales a los lamentos y las bocanadas,

creadas por un horizonte inflamado

de un arcoíris súbito,

de ojo profundo y escaso candor.

 

No pretendo seducir con mi poesía,

porque vengo de las sombras

de los poetas malditos,

que clavaron su mirada

una tarde en mí,

cuando sollozaba la adolescencia, distante ante la muerte pronta

y de la guerra,

que hoy sufro a la distancia.

 

Sin aliento, evoco las taciturnas

miradas de los muertos

y en cada pupila anida el continente,

donde nunca aprendí

a escribir versos del alma,

que en las veredas del tiempo curtí, sin saberlo,

como un ciego,

que camina en la oscuridad

e imagina la luz de algunos colores,

que no conocerá nunca.