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Adoro tu lejanía porque es reveladora, porque apacigua mis furibundas ansias y me muestra la magnitud de tu belleza.

Adoro tu lejanía en mis largos viajes, en mis escondites ososos y abigarrados plenos en humores sencillos y hermosura indomable.

La adoro porque las bellas princesas moriscas se ven menos bellas cuando las comparo con la negrura de tu tez. Porque sus colgantes y sortilegios menguan ante la evidencia deslumbrante de tus alhajas.

La adoro porque las bellas amazonas del hielo se ven menos bellas cuando las comparo con la tersura de tu piel. Porque sus carnes curtidas por el frío se ensombrecen ante la suavidad que no rozan mis dedos.

La adoro porque las bellas ítalas de aceite y vino se ven menos bellas cuando las comparo con la miel de tus ojos. Porque el caramelo de su mirar se avergüenza ante mi recuerdo de tu mirada que ansío.

La adoro porque las bellas diosas de ébano se ven menos bellas cuando las comparo con la oscuridad de tus cabellos. Porque esa madreselva que intimidaría a la princesa no es más que la sombra de la hermosura de tu melena.

La adoro porque las bellas cortijanas andaluzas se ven menos bellas cuando las comparo con el alba de tu sonrisa. Porque ese germen de la belleza se arrodilla ante tu despliegue de nieves y genistas.

Te adoro en la lejanía y postrado ante tus brazos, te adoro porque eres mi verde gitana, el café de mis mañanas y el pasto sobre el que cae el rocío.

Te adoro y te anhelo y me torno mendicante de tu abrazo, trovador de tu alma, y atajo de tu extravío.