La Tormenta

Pasá que te cuento - Miriam Venezia

Amaneció nublado y se escuchan algunos truenos que se sienten amenazadores.

Eso lo intimida un poco... mas, desde hace tiempo, está cansado de que siempre le digan lo que tiene que hacer, de los estrictos horarios que tiene que cumplir, de la poca atención que le prestan cuando más lo necesita.

 -Hoy es el día -piensa. -Es ahora o nunca -se repite.

Después de desayunar, tomó su mochila y guardó en ella unas pocas pertenencias y algunos alimentos.

Astuta y sigilosamente, aprovecha el momento de esparcimiento, en que cada uno está concentrado en lo suyo, abre y cierra la puerta con cautela, cruza el jardín y extrañamente encuentra el portón abierto.

Ya afuera, el cálido sol y el viento de esa mañana acarician su rostro, eso hace que se sienta bien, como en otro mundo.

Camina. Se propone no mirar atrás, pero cada tanto se da vuelta y observa, como esperando un milagro; comprueba que ya casi no se ve su casa, y que nadie lo sigue. Siente una mezcla de inquietud y tristeza, aunque no más profunda que lo habitual.

Un instante. Se dice a sí mismo:

 -¡Lo lograste, adelante!! -Y emprende su camino con decisión y un incipiente entusiasmo, e inmerso en sus agolpados pensamientos que pujan por salir a la luz.

 -¡Ya habrá tiempo para todos!! -piensa.

Escruta desorientado su entorno; ya oscureció, y él está un poco cansado y con hambre. Encuentra un edificio en construcción y busca refugio. Al comprobar que está abandonado decide pernoctar allí y, luego de comer algo, se acurruca en el piso utilizando su mochila a modo de almohada...

Viajó subiéndose a un vagón de carga, que se desplazaba lentamente delante de él, y llegó a un bosque solitario, un poco intimidante, y supo que si no lo atravesaba, no encontraría su lugar. Su inquietud hizo que caminara ligero, y su corazón y su paso se aceleraron al divisar un claro y un arroyo cercano. Al llegar bebió abundantemente. Sintió calma y claridad, casi alegría, pero su creciente asombro no le permitía reconocerla para disfrutarla plenamente.

Pasados un par de días, viviendo como de campamento, notó que no había personas cerca, y pensó en procurarse abrigo. Comenzó a juntar troncos y ramas caídas.

A medida que avanza en esta empresa, pasan por su interior un sin fin de sensaciones encontradas. Y aunque el saldo es positivo, no puede evitar su tristeza ante el recuerdo de sus vínculos familiares, a pesar de que se sentía invisible a los ojos de muchos. Su relación principal es con un hermano, con quien compartía la habitación; a él sí que lo extraña.

Le llevó unos cuantos días construir una especie de cabaña con los troncos y las ramas entrecruzados y unidos por una especie de barro, humedecido también, con mucho esfuerzo y unas cuantas lágrimas. El verano y el sol, estaban, esta vez, de su lado.

Una vez terminada, dedicó su tiempo a dar lugar a cada uno de sus pensamientos.

Experimentó la estabilidad de una casi felicidad que no había conocido antes.

Pensó en un futuro junto a su hermano, que, seguramente, estaría sintiendo su ausencia, y viviendo, quizá con el mismo fastidio, la situación que lo impulsó a escapar.

Lamentablemente comenzó a hacer mucho frío y ya su ropa comenzó a estar húmeda y raída.

Se sintió enfermo...

Con los ojos entrecerrados por la fiebre, distinguió a dos personas que le resultaron conocidas, con su ropa clara y pulcra.

¡Sí lo habían buscado... y lo habían encontrado!

Algo debieron quererlo y extrañarlo, ya que lo llevaron de vuelta, y lo metieron en su cama en medio de un gran alboroto.

Aunque enfermo, percibió el fuerte y cálido abrazo de su hermano.

Se ocuparon de él como nunca antes.

No duró demasiado tiempo...

Amaneció nublado y se escuchan algunos truenos que se sienten amenazadores.

Eso lo intimida nuevamente... y desde hace tiempo; está cansado de que siempre le digan lo que tiene que hacer, de los estrictos horarios que tiene que cumplir, de la poca atención que le prestan cuando más lo necesita.

Ese día tomó a su hermano de la mano, lo miró largamente a los ojos; sin mediar palabras, éste decidió acompañarlo. 

Ambos sintieron que, cuando concretaran el viaje, ya nada ni nadie los alcanzaría...

De pronto una ovación, entre eufórica y divertida, del resto de los habitantes de la casa, y hubo aplausos asomados a las ventanas, cuando, subiendo a la terraza del viejo y oscuro edificio, emprendieron su vuelo.

 

Miriam Venezia

20/09/2023

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